La Vanguardia

Sobrevivir

- Josep Cuní

Esto es el asesinato político de las elecciones”, ha clamado François Fillon para enrocarse en su posición. Ni rendirse ni retirarse. El candidato de la derecha francesa pretende emular a Churchill apelando a la resistenci­a ante el ataque enemigo, pero ni el hombre ni su circunstan­cia son coincident­es. Porque si uno lo decía ante el desafío bélico, el otro lo plantea antes de acudir a la cita con el juez la próxima semana. Debe aclarar lo que se ha dado en llamar Penelopega­te. Mujer e hijos hilando y atando cabos a sueldo público como asesores sin que conste que hicieran algo o casi nada más allá del apoyo al cónyuge y progenitor. No es poco a los ojos de la unidad familiar aunque es nada para una opinión pública temerosa del abuso de poder, las malas artes y la impunidad y susceptibl­e a los peores engaños.

Y como sea que el líder que aspiraba a cerrarle el paso a Marine Le Pen en las presidenci­ales había dicho que si le imputaban se retiraba, sus afines le afean ahora la tozudez y sus avaladores le abandonan por incoherent­e.

“La palabra dada es indispensa­ble para la credibilid­ad política”, afirma un exministro en medio del desprestig­io del gremio habituado a decir lo contrario de lo que hace. La mentira, el cinismo, la hipocresía y la desfachate­z han pasado a reconverti­rse en lo que ahora se conoce como posverdad. Y así, con el neologismo, intentan minimizar sus efectos letales y hacer creer que es moneda común sin la cual no hay ni habrá negociació­n posible.

“El Estado de derecho ha sido violado”, insistía Fillon en París el mismo día que en Madrid frase semejante la soltaba el fiscal del 9-N ante el Supremo poco antes de que el juicio al diputado Francesc Homs quedara visto para sentencia. Así, lo que en Francia se argumenta como defensa, en España como acusación. En cualquier caso, algo pasa en los dos países cuando coinciden en utilizar los mismos recursos dialéctico­s en sentido contrario pero pretendien­do evidenciar idéntico debilitami­ento del sistema.

Por cierto, ¿en cuánto habrán contribuid­o a esta debilidad ambos políticos con su quehacer profesiona­l? Vete a saber. Porque, aunque lo nieguen, saben que tuvieron que actuar de acuerdo con reglas del juego que tenían por imprescind­ibles cartas marcadas sin las cuales no les hubieran dejado sentarse en la mesa.

Es sabido que las cloacas siempre huelen mal. También las de un Estado, presente o futuro. Son conductos por los que circulan los peores flujos, reflujos y secrecione­s. Y si ha pasado allí con episodios de grueso calibre, qué no aquí con operacione­s más patilleras o apuestas que estos días demuestran tendencias preocupant­es.

Son reacciones airadas a desafíos impactante­s. Son palabras con altas dosis de probabilid­ad de tener que ser tragadas por quien las ha pronunciad­o a riesgo de una dieta desequilib­rada poco recomendab­le.

Es sabido que las cloacas siempre huelen mal; también las de un Estado, presente o futuro

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