Organizar los JJ.OO. deja de ser atractivo
Lausana, 17 de octubre de 1986. El presidente Samaranch pronuncia su célebre frase, con pausa incluida, y anuncia la atribución de los Juegos Olímpicos de 1992 “à la ville de... Barcelona!”. Era el final de una carrera de fondo, la de la nominación olímpica, que ahora mismo languidece por falta de aspirantes. En aquella ocasión, en la carrera para los Juegos de Verano, estaban también París, Belgrado, Brisbane, Birmingham y Amsterdam. Seis aspirantes. Ahora, para los Juegos del 2024 ya sólo quedan dos: París y Los Ángeles. Por el camino han arrojado la toalla Boston, Hamburgo, Roma y recientemente Budapest. Por falta de consenso político, por falta de financiación y, también y no debe menospreciarse, por clara oposición popular. Los Juegos, sobre todo en Europa, están desprestigiados.
“Hemos retrocedido a la situación de 1981, cuando para los Juegos de Verano de 1988 sólo se presentaron dos candidatas en firme: Seúl y Nagoya”, señala Fernando Arrechea, investigador y reputado especialista de la historia olímpica. “Eran tiempos de crisis económica y también de recientes boicots olímpicos”, señala. Actualmente parece que vamos camino de concentrar el festival olímpico en ciudades asiáticas. En la actualidad hay tres ediciones concedidas oficialmente: las de Invierno 2018 (Pyeongchang, Corea del Sur) y 2022 (Pekín, China) y la de Verano 2020 (Tokio, Japón). Y si en el caso del 2024 aún resisten dos ciudades clásicas como París y Los Ángeles, el panorama para la edición invernal del 2026 apunta claramente hacia Sapporo (Japón), con lo que se encadenarían tres ediciones de Juegos blancos en Asia.
Entre los últimos abandonos, Hamburgo fue víctima de un referéndum popular en el que el 51,7% de los consultados dieron la espalda a la cita olímpica. El primero en lamentarlo fue el alemán Thomas Bach, actual presidente del Comité Olímpico Internacional. “Este rechazo es una oportunidad perdida, es una lástima”, declaró.
En el caso de Budapest, una organización ciudadana, Momentum, reunió 266.000 firmas (de 1,7 millones de habitantes) contra la candidatura, casi el doble de las necesarias para solicitar un referéndum sobre la cuestión. Nadie tuvo la desfachatez de pensar que el millón y pico restante estaba a favor. El Ayuntamiento de la capital húngara se dio por vencido y abandonó la carrera olímpica, ni se atrevió a celebrar la votación. El pasado miércoles se hizo oficial la retirada de Budapest: 22 votos en contra por sólo 6 a favor entre los consejeros municipales.
En el caso de Roma fue clave la llegada a la alcaldía de Virginia Raggi, del partido Movimiento 5 Estrellas: “No tenemos nada contra las Olimpiadas ni contra el deporte, pero no queremos que sea usado como una excusa para más ríos de cemento en la ciudad”, explicó.
“Lo cierto es que en Europa fundamentalmente existe ahora mismo una corriente que podríamos denominar olimpofóbica”, explica Arrechea. Los Juegos se han asociado, popularmente, a gastos excesivos, a déficit, a molestias... y los ciudadanos dicen no, sin entrar en más detalles. “El caso de Atenas 2004 ha hecho mucho daño. El despilfarro fue tremendo y no diré que fueron la única causa, pero sí una de las importantes en el hundimiento de la economía griega. Una fiesta de quince días que salió muy cara y que acabó con instalaciones abandonadas”, señala Arrechea. Una historia que se está repitiendo ahora con la sede de los recientes Juegos del 2016, en Río de Janeiro.
Barcelona compitió por sus Juegos con otras cinco candidatas; para los próximos sólo quedan dos