La hija del señor Beitia
La campeona olímpica amplía su tesoro: una plata en Belgrado
En Santander, Ruth Beitia (37) es la hija del señor Beitia.
–Mi padre, José Luis, trabajó muchos años de dependiente en una ferretería en el centro de la ciudad. Para la gente de Santander, seguimos siendo los hijos del señor Beitia –contaba a La Vanguardia hace unas semanas.
Los Beitia son populares en la ciudad. José Antonio y María Aurora, los padres, fueron jueces internacionales de atletismo. Y los cuatro hermanos de Ruth Beitia también se dedicaron al atletismo. José Antonio, el mayor, fue campeón de España juvenil en el salto de altura. Joaquín corría los 400 m. David hacía 3.000 m obstáculos. Inma fue triplista: la primera internacional de la familia.
Y Ruth Beitia, la pequeña, ahí sigue. Lo hace de la mano de su entrenador de toda la vida, Ramón Torralbo, el mismo que en su día había entrenado a la mayoría de los hermanos Beitia.
Torralbo y Ruth Beitia llevan juntos 27 años. Pero la ilusión, intacta. –Ojalá lleguen la medalla 16, la 17 y la 18.
Eso contaba ayer, tras alcanzar su 15.º podio en unos grandes campeonatos. Fue plata. Lo hizo al elevarse hasta 1,94 m, siete centímetros por debajo de la lituana Airine Palsyte, que se superó a sí misma: logró irse hasta 2,01 m.
–Lo cierto es que ha ganado la mejor –dijo ayer.
También dijo que piensa entregarle la medalla al Museo del Deporte de Santander.
–La pondré junto al resto de medallas –dijo.
En aquellas mismas vitrinas se encuentra, por ejemplo, el oro olímpico en Río 2016. La joya de su corona.
Ese triunfo que, de algún modo, le está haciendo variar algunos hábitos: en estos meses, Beitia se está mudando.
Había puesto a la venta su dúplex en el Alisal, a las afueras de Santander, para irse al centro de la ciudad.
–Quiero empezar a pensar en pequeño. El otro piso me sobraba por todas partes –contaba.
Beitia desea bajar a la calle y mezclarse con los vecinos. Subirse a la bicicleta plegable y pedalear diez minutos hasta el parlamento, donde invierte las tardes. Es diputada popular desde el 2011. Emular a su padre, el señor Beitia: ser una más en la ciudad.
Cualquiera diría que prepara el salto al futuro. Al fin y al cabo, ¿cuánto tiempo se supone que le queda como atleta? La lógica dice que no mucho. –Voy día a día. No puedo pararme a pensar en los Juegos de Tokio 2020, por ejemplo. ¡Demasiado lejos! –dice. Aunque sus actos no encajan. No parece cansada de esto. Se niega a pensar en Tokio, pero habla de los Mundiales de Londres, en agosto. Y se cubre la espalda.
–Ha sido un invierno algo surrealista –contaba.
Se refería a algunas variaciones técnicas que ha puesto en marcha junto a Torralbo (“para él, el 50% de esta medalla, como siempre”, dijo). Ha alargado la carrera: ha pasado de nueve a diez zancadas para alcanzar más velocidad y acercarse al listón en la batida. –Había que meter un plus. El experimento funcionó en Salamanca, en los Campeonatos de España indoor: Se fue hasta 1,96 m.
Ayer se quedó algo más corta. Pero le bastó para seguir cortando a las generaciones que vienen por detrás.
–Entre comillas, me he cargado a tres generaciones –repite.
Se refiere a Kajsa Bergqvist, Tia Hellebaut, las rusas Yelesina, Slesarenko o Chicherova, Vlanka Vlasic...
Entre ella y el bronce en los Europeos en sala de Belgrado, Yulia Levchenko, se abren 18 años de diferencia.
Ruth Beitia, que abrió el medallero español, ya suma quince podios en grandes competiciones