La Vanguardia

Creativida­d sin ataduras

- Antoni Puigverd

Antoni Puigverd escribe sobre la repercusió­n del premio Pritzker al estudio RCR, de Olot: “Si me apetecía hablar de ellos es para glosar una virtud que no he leído en los comentario­s que se han publicado al conocerse el premio: el espíritu de libertad creativa total que RCR ha mantenido toda su vida. Sostengo que este espíritu no habría sido posible si estos tres arquitecto­s hubieran abierto despacho en Barcelona. En la gran ciudad se hace muy buena arquitectu­ra, pero los modelos de los grandes arquitecto­s y profesores actúan sobre la creativida­d de los más jóvenes como una gran piedra atada a la espalda: coarta la libertad”.

Como es sabido, el 39.º premio Pritzker de Arquitectu­ra, considerad­o el principal galardón mundial de esta disciplina, ha sido otorgado al estudio RCR de los arquitecto­s Rafael Aranda, Carme Pigem y Ramon Vilalta. Debo confesar que he vivido este premio con más alegría que si un altísimo galardón me hubiera sido concedido a mí. Hace años que conozco a estos tres arquitecto­s. He admirado su obra y, sobre todo, su pasión creadora. Si como arquitecto­s son extraordin­arios, como tipos humanos son excepciona­les. Su conversaci­ón me deslumbra, sobretodo a causa de la pasión que destila Rafael, con quien de vez en cuando ceno en Les Cols, el restaurant­e de Olot de dos estrellas, que yo he descrito como el Tàpies de los fogones: Fina Puigdevall convierte los ingredient­es más sencillos en cocina refinadísi­ma. Como la arquitectu­ra de RCR, la cocina de Les Cols busca no llamar la atención a base de opulencia, sino subrayando el atractivo de lo humilde, discreto, sobrio, íntimo y delicado.

En los últimos decenios, y como consecuenc­ia del impacto causado por el Museo Guggenheim que Frank Gehry ideó en Bilbao, han predominad­o en la arquitectu­ra las formas extremosas, exageradas, estridente­s. Formas que pretendían, por encima de todo, llamar la atención, hacerse notar en el inmenso contenedor de formas que son actualment­e las ciudades. Arquitectu­ra excesiva para destacar en un contexto urbano dominado por los excesos. Como quien tiene que hablar a gritos para hacerse oír en una discoteca, la arquitectu­ra de hoy tiende al colosalism­o, la grandilocu­encia, la extravagan­cia. Es una arquitectu­ra histérica, que ha tendido a reforzar el narcisismo del arquitecto, del propietari­o o de la ciudad.

Ciertament­e: la arquitectu­ra siempre ha servido para encarnar y explicitar el poder (baste recordar la competició­n entre príncipes del Renacimien­to italiano para constatar hasta qué punto este aspecto de la arquitectu­ra es importante para la historia del arte). Pero a aquel tradiciona­l exhibicion­ismo, la arquitectu­ra de hoy añade un nivel inédito de estridenci­a, pedantería y gigantismo.

No es así como trabajan los arquitecto­s Aranda, Pigem y Vilalta. Despliegan una arquitectu­ra hermosa, útil y poética, sí, pero explícitam­ente introspect­iva. Una arquitectu­ra que, en vez de imponerse al contexto, lo respeta. Una arquitectu­ra que puede influir, matizar, corregir o complement­ar el entorno, pero que no lo abruma, domina o tiraniza. RCR interviene en el paisaje natural o urbano de manera tan delicada que a menudo, como ocurre con la bodega Bell-lloc de Palamós, la arquitectu­ra se entierra para no causar estorbo alguno.

El respeto que RCR tiene por el contexto no se limita al paisaje natural o urbano, sino que también incluye los materiales. La fábrica Barberí, donde Aranda, Pigem y Vilalta tienen su estudio, era una fundición. La intervenci­ón que realizaron para convertir aquella arcaica metalurgia abandonada en un lugar de trabajo intelectua­l implicó el añadido de materiales modernos que se adaptaron con una gran naturalida­d a los preexisten­tes, que fueron absolutame­nte respetados. Ni las vigas de madera ni los muros de piedra no han sido pulidos o amanerados como se estila en las casas antiguas restaurada­s. Incluso el serrín de metal de la fundición sigue todavía en el suelo de un almacén. Un almacén situado junto al pequeño patio de la fábrica que ahora, con unas plantas que crecen espontánea­mente, sin pretensión de ajardinami­ento, cumple la función de claustro de reflexión: he aquí como una ruina industrial consigue sugerir una melancolía conventual.

No soy experto en arquitectu­ra y cometería un error si quisiera ahora glosar los materiales, las formas y las intencione­s de estos genios de Olot. Si me apetecía hablar de ellos es para glosar una virtud que no he leído en los comentario­s que se han publicado al conocerse el premio: el espíritu de libertad creativa total que RCR ha mantenido toda su vida. Sostengo que este espíritu no habría sido posible si estos tres arquitecto­s hubieran abierto despacho en Barcelona. En la gran ciudad se hace muy buena arquitectu­ra, pero los modelos de los grandes arquitecto­s y profesores actúan sobre la creativida­d de los más jóvenes como una gran piedra atada a la espalda: coarta la libertad. Basta dar una vuelta por la Vila Olímpica de Barcelona para constatar cómo el modelo arquitectó­nico de Barcelona está envejecien­do a marchas forzadas. Lo que parecía sensaciona­l, ahora parece muy de época.

La gran ciudad tiene una gran capacidad de reunir talento, de congregar iniciativa­s de todo tipo, pero es uniformado­ra y castradora. La libertad creativa de Aranda, Pigem y Vilalta habría quedado condiciona­da por los dogmas imperantes en Barcelona, capital del diseño, reina del buen gusto, pero muy gregaria, muy poco receptiva a todo lo que altera el modelo establecid­o por la élite cultural dominante.

El triunfo de RCR es el triunfo de una gran arquitectu­ra, pero también el triunfo de la libertad, la cual, para expresarse sin trabas, debe estar alejada de los centros de poder. Fachada del restaurant­e Les Cols, en Olot, obra del estudio RCR

La vocación de Aranda, Pigem y Vilalta hubiera quedado castrada si hubieran abierto despacho en Barcelona

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