La obstinación de Fillon consagra la parálisis de la derecha francesa
Su demostración de fuerza en París no resuelve nada para la cuenta atrás
Una “apelación directa” al pueblo para salvar a un candidato salpicado por un feo caso de nepotismo. Podría haber funcionado en la plaza de Oriente. No funcionó en Trocadero, bello escenario parisino con la torre Eiffel de fondo. Para salvar al soldado Fillon, fallan la geografía y la historia: Francia queda al norte de los Pirineos.
La carta de una demostración de fuerza jugada ayer por el candidato a la presidencia de la derecha francesa salpicado por el escándalo de los empleos ficticios con dinero publico de su esposa e hijos sólo demostró la división de la derecha. Era una carta desesperada a 50 días de las elecciones.
En plena cuenta atrás, Fillon sólo consigue acelerar el reloj de arena de la derrota. La derecha que iba a ganar de calle estas elecciones ha perdido diez puntos en intención de voto, es la tercera opción clasificada, por detrás de la ultraderecha lepenista y del candidato eurofinanciero Emmanuel Macron.
El cuartel general electoral de Fillon está destrozado por las deserciones, que incluyen a algunos de sus más fieles. Las facciones de su propio partido (Los Republicanos) están buscando complicadas soluciones de repuesto a su candidatura y han convocado para hoy una reunión de su dirección.
Tres barones regionales de los Republicanos, Valerie Pecresse, Xavier Bertrand y Christian Estrosi, están buscando una “salida honrosa” para Fillon...Todo eso no lo arregla una manifestación.
“La cuestión no es organizar un mitin, sino la capacidad de unir del candidato, para ganar unas elecciones hay que unir a 20 millones de franceses, si hubiera 200.000 personas en Trocadero no cambiaría nada”, dice Jean-Christophe Lagarde, presidente de la UDI, una formación aliada que también ha desertado del fillonismo. Y no fueron 200.000 (cifra facilitada por los organizadores) y cruelmente contestada en las redes sociales: “200.000 manifestantes en Trocadero; de ellos, 150.000 ficticios”.
Hasta la meteorología trabajó contra este imposible rescate: apenas había empezado a hablar Fillon cuando cayó un contundente chaparrón.
“Nadie puede impedirme ser candidato, no serán los excandidatos ni los jefes regionales quienes lo hagan, es mi decisión”, dice. Al mismo tiempo deja cierta puerta abierta: “No soy autista, veo lo que pasa a mi alrededor, quiero convencer a mis amigos”, dijo en una entrevista televisada.
División de la derecha, que se suma a la división de la izquierda y que a cincuenta días de la primera vuelta ya anuncia lo fundamental: estas elecciones no van a solucionar nada en la avería francesa. Gane quien gane –y obviamente no es lo mismo una victoria de Le Pen que una de Macron–, el resultado será una gran abstención, una gran cantidad de franceses enfadados y con sensación de estafa, porque no se sentirán representados por el vencedor. Huele a crisis institucional, a algo que trasciende a Francia, que se ve en el trumpetazo , en el Brexit y en la desintegración europea. ¿Cómo llamarlo?
En su discurso de ayer Fillon admitió errores, “haber pedido a mi mujer que trabajara para mí”, se autoinculpó, se moderó (ya no acusó a los jueces de “asesinato político”) y censuró a sus compañeros por “deserciones sin vergüenza ni orgullo”. Pero eso es anecdótico: Europa se adentra en la tormenta, y Francia está en el mismo centro de la borrasca. Fillon y su pequeño escándalo son una nota a pie de página.
En plena recta final, el candidato de la derecha sólo consigue acelerar el reloj de arena de la derrota