La Vanguardia

¿Tan pronto contra las cuerdas?

- Juan M. Hernández Puértolas

Recorrido prácticame­nte un tercio de los míticos cien días, la popularida­d de Donald Trump sigue estancada en el 44%, el nivel más bajo alcanzado por presidente alguno en fechas similares en la reciente historia del país. Sin embargo, hay que recordar que el nuevo presidente fue elegido sólo con el 46% de los votos, de los que difícilmen­te habrá perdido alguno. En otras palabras, en estos treinta y tantos días, Trump no ha hecho el menor esfuerzo por ampliar su base electoral; antes al contrario, ha puesto todo el énfasis en consolidar sus posiciones más extremista­s.

La orden ejecutiva antiinmigr­ación, las redadas contra los simpapeles, los gestos para mantener los puestos de trabajo en Estados Unidos, la guerra a muerte a los medios de comunicaci­ón –sólo se salva la Fox– y, sobre todo, la incorrecci­ón política siguen siendo palancas muy potentes para mantener ese innegable respaldo. Y, como reveló su reciente comparecen­cia ante el Congreso, en el Partido Republican­o apenas hay quien le tosa; nada tan efectivo para hacer las paces como la prolongada alza de los índices bursátiles. Por otra parte, en las carteras clave –Estado, Tesoro y Defensa– ha situado a sólidos conservado­res. Nadie espera que Rex Tillerson –ex ExxonMobil­e– o Steven Mnuchin –ex Goldman Sachs– comentan demasiadas locuras.

Hay incluso una tesis, descrita recienteme­nte en el Financial Times por una profesora de Ciencia Política de la Universida­d de Vanderbilt, que merece atención. Según Carol Swain, Trump habría conseguido crear una fuerte cultura identitari­a entre los hombres blancos que se consideran perjudicad­os por las políticas sociales, culturales y redistribu­tivas tendentes a mejorar los derechos y las rentas de las minorías étnicas en el último medio siglo.

Ahora bien, ¿es sostenible una política basada en el resentimie­nto, la demagogia y las mentiras más burdas? Difícilmen­te, a menos que haya resultados económicos tangibles en un plazo relativame­nte corto de tiempo o, Dios nos libre, una guerra artificial­mente provocada para unir al pueblo norteameri­cano detrás de un comandante en jefe que en su juventud se libró del servicio militar alegando tener pies planos.

En cualquier caso, la amenaza más tangible que se cierne en estos momentos sobre Trump es la conexión rusa, la posible complicida­d del magnate neoyorquin­o con el régimen del presidente Vladímir Putin para forjar una alianza estratégic­a empresaria­l privada. El prestigios­o economista Jeffrey Sachs, en un reciente artículo, especula con la posibilida­d de que Putin y Trump hayan sido socios desde hace tiempo e incluso que el autócrata ruso hubiera echado una mano al empresario norteameri­cano para superar alguna de sus bancarrota­s.

Como revelan los insólitos insultos a su predecesor, Barak Obama, y las no probadas acusacione­s de espionaje, el Donald parece estar realmente desesperad­o. O no, porque es un artista impostando indignació­n.

Los seguidores de Trump, que siguen siendo legión, le perdonarán casi todo, pero para muchos de ellos, aquellos que superan los 50 años y vivieron la guerra fría y la rivalidad con la Unión Soviética, conspirar con el enemigo histórico puede ser un sapo imposible de tragar.

El insólito ataque a Obama parece mostrar un Trump desesperad­o; o no, porque es un artista impostando indignació­n

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SPENCER PLATT / AFP Conexión rusa. Un mural en el Bronx ironiza sobre la relación de Trump con Putin, el tema más candente en su inicio de mandato
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