La Vanguardia

Los ovnis venían a buscar tebeos

- Víctor-M. Amela

Lo mejor de bajar a la barbería del barrio era la pila de revistas del

TBO. No quería que me tocase el turno, para seguir leyendo. El

TBO era el placer. Punto. El placer de buscar en casa un rinconcito a resguardo de padres y hermanos, con el tesoro de un TBO entre las manos. Y hacerlo durar, viñeta a viñeta. Muchos niños de finales de los años sesenta nos adiestramo­s en la lectura así (y yo acopié un montón de saberes inútiles en la página ”De todo un poco”, de pequeñísim­a y apretada letra, a saber: “La ciudad de Flores, en la selva del Peté (Guatemala), es la capital mundial del chicle”).

Uno de mis mejores amigos, Jorge, me horrorizó un día explicándo­me que sus padres –médicos de postín– le prohibían los tebeos (lectura de poca monta): casi medio siglo después aún recuerdo la infinita pena que sentí por él ante tamaña crueldad. Yo leía tebeos hasta que mi padre tronaba “deja de leer, que te quedarás ciego”. Seguía con una linternita bajo las sábanas (¡diez dioptrías, papá, casi aciertas!).

Es que eran muy adictivos aquellos personajes domésticos y urbanitas, de Melitón Pérez a la familia Ulises, pasando por Altamiro de la Cueva y, sobre todo, la página que se repartían las descerebra­das proezas de Josechu “el vasco” (hoy sería incorrecto, como todo) y, debajo, “Los grandes inventos de TBO”, de Sabatés, en los que podía demorarme horas. Esos inventos apostaban por el más alambicado trayecto entre un propósito y un objetivo mediante una enrevesada teoría de palancas, poleas, manchas, tubos y correas que tramaban una involuntar­ia parodia del maquinismo.

Conocí ya anciano a su autor, el dibujante catalán (como casi todos) Ramón Sabatés, que en vísperas de su fallecimie­nto me aseveró: “¡Todos mis inventos del

TBO funcionarí­an si los construyes­en!”. Y le creo, por mucho que el habla popular haya fijado “invento de TBO” como sinónimo de despropósi­to abracadabr­ante. Sabatés me regaló uno de sus originales (un andén móvil para estaciones de tren: es de los 70, ¡y se parece mucho a las actuales cintas de pasajeros del aeropuerto!).

José María Beà, el historieti­sta más internacio­nal que hemos tenido, me dice que el TBO “fue la primera muestra de humor gráfico para los niños de posguerra y la primera referencia del surrealism­o”, por su humor absurdo en muchos gags. Hoy conservo el ejemplar n.º 577 (noviembre de 1968), cuya portada reza: “El porqué de los ovnis”. Un ovni sobrevuela la Tierra, y al pasar sobre Barcelona... “¡Aquí es! ¡Bajemos!”. Y sus verdes alienígena­s asaltan un kiosco y se piran con cara de drogados, cargaditos de TBO. ¡Durante un siglo, los ovnis han venido a buscar tebeos! Y algunos terráqueos somos, por haberlos leído, un poquito extraterre­stres.

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