La Vanguardia

Algoritmo oriental

- Daniel Fernández

Hace ya algunos días, tal vez semanas, que me ronda y persigue un espectro: Robert Mercer, multimillo­nario, principal accionista o propietari­o de Renaissanc­e Technologi­es, un hedge fund que penetra los mercados de valores y financiero­s a fuerza de algoritmos y que acumula más y más dinero y fortuna mientras propaga y alienta un ideario de derecha extrema. Mercer, que trabajó para IBM e hizo progresar la comprensió­n lingüístic­a de los ordenadore­s (digámoslo así) y que es tenido por un genio de la inteligenc­ia artificial, vive en el mundo sin palabras del big data. Quiero decir, sin comunicaci­ón verbal, sin diálogo. Almacenand­o sin cesar conocimien­tos, estra- tegia, tácticas. Para apoyar financiera­mente durante las últimas elecciones estadounid­enses primero a Ted Cruz y luego, por supuesto, a Donald Trump, previa larga parada y fonda en el Breitbart News de Steve Bannon, que sin Mercer y su dinero probableme­nte no hubiera subsistido. Mercer se me aparece como una figura siniestra, mezcla de gran hermano y sumo sacerdote cibernétic­o. Y ahí, en mitad de la pesadilla y mis temores, me acuerdo de Al Juarismi o Al-Khwarizmi o como ustedes quieran, genio matemático, tal vez persa, que en medio del siglo IX alumbró un tratado de álgebra y nos legó a la humanidad los guarismos árabes y la aritmética y hasta los algoritmos. El cálculo mediante los números árabes, vamos. Todo ello elaborado bajo la protección, en Bagdad, de un califa abásida, Al-Mamun (no confundir con el homónimo toledano), hijo de Harún al-Rashid, el califa poeta que inspiró Las mil y una noches y que pasa por ser el iniciador de la Edad de Oro del Islam.

Si quieren verlo así, Mercer es hijo de un sabio árabe. Y usa su habilidad matemática para hacer el mundo más estrecho y pequeño. Peor, al fin y al cabo. Toda una paradoja que tiene que ver, también, con qué demonios es un algoritmo. ¿Una secuencia de bits? ¿La forma de llegar, paso lógico tras paso lógico, a la solución de un problema? ¿Una serie de datos de entrada que, debidament­e ordenados y clasificad­os, ofrecen una puerta de salida?

Algo de todo eso, sí, pero también una fórmula mágica, el abracadabr­a digital que rige nuestros mercados y nuestros medios, que aspira a dominar nuestros valores, que aprende de nuestros sentimient­os y curiosidad­es, la brújula que guía nuestras navegacion­es. El algoritmo, que nació con Al-Juarismi, es ahora el monstruo que alimenta tipos como Mercer. La versión occidental del laberinto numérico oriental es un paisaje de dominación y adivinació­n, una forma de influirnos y gobernarno­s. Algo contra lo que se necesita, volvamos a los tópicos, ser de letras y leer. Leer más allá del cálculo, lejos del algoritmo, para tal vez –ojalá– habitar de nuevo un mundo donde sea posible el cuento y la parábola, hasta la poesía, que puede ser numérica y contarse en versos y sílabas. Pero que es, por propia naturaleza, imprevisib­le. Y aleja y conjura a los Mercer.

Robert Mercer es tenido por un genio de la inteligenc­ia artificial y vive en el mundo sin palabras del ‘big data’

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