Dime que remontaremos aunque sea mentira
Dime que ganar al PSG por más de cuatro goles es posible aunque sea mentira, repiten muchos culés rememorando el diálogo de la película Johnny Guitar. En el fútbol, el realismo es un recurso opcional. Por suerte, la adhesión a un equipo permite todo tipo de fantasías, en parte porque resultan inofensivas, como bien saben los seguidores de equipos modestos. El optimismo es un monstruo tentacular, un mutante que hipnotiza y que, en función de las circunstancias, puede convertirnos en instrumentos de movilización epidémica.
Tras la dramática derrota de París, la inmensa mayoría de los culés adoptó pesimismos de todo tipo, incluidos los más oportunistas y recalcitrantes. Hasta que, a medida que transcurrían las jornadas y evolucionaba nuestra convalecencia (Leganés, Atlético, Sporting y Celta), Messi decidió entreabrir la puerta a una de estas posibilidades remotas que tanto alimentan el discurso de la autoayuda, la superación y la iconografía religiosa de los milagros. El anuncio del adiós de Luis Enrique ha ayudado a desactivar el desenlace de la eliminatoria de interferencias tóxicas. La gestión del anuncio, recibido por la plantilla con una pasividad estrepitosamente sintomática, ha sido impecable ya que, de cara al tramo final de la temporada, actúa como elemento de descompresión en el ámbito del exceso de responsabilidad y de antídoto de la venenosa industria del ruido.
Parece que para gestionar su presente inmediato el Barça haya exhumado las ideas atribuidas a Antonio Gramsci: el pesimismo de la razón no excluye el optimismo de la voluntad. Gramsci era hincha del Juventus y, quizás por eso, comprendía las contradicciones y las debilidades de los aficionados. Como método, prefiero la contorsión dialécticayla pirula intelectual de Gramsci a la apelación al milagro. Al fin y al cabo, los milagros requieren de ingredientes sobrenaturales y maravillosos y exigen que los hechos sean científicamente inexplicables y tengan una dimensión espiritual. No es casual que a este tipo de noches las llamemos noches mágicas, porque la magia es el refugio de los incrédulos y de los que practican la manipulación más miserable de los tópicos.
El miércoles, pues, no habrá ningún milagro porque al final se acabará imponiendo la razón futbolística, que es una razón extraña y arbitraria que depende de demasiadas circunstancias para ser controlada (de hecho, las razones por las cuales podríamos quedar eliminados son terrenalmente futbolísticas y nada sobrenaturales). El milagro es Leo Messi, que mantiene al club sin desprenderse en ningún momento de su perfil científicamente inexplicable, maravilloso y paranormal. Espoleados por la trascendencia del partido y la épica que cualquier acontecimiento actual necesita para generar atenciones masivas, circulan consignas que marcan cuál debe ser nuestro estado de ánimo. Esta intervención no es nueva. Los más veteranos recuerdan titulares grandilocuentes de previas eufóricas, pancartas y mosaicos corporativos de efecto disuasivo, peregrinaciones motorizadas y otros rituales de confabulación tribal.
Siguiendo esta tradición, ahora se recurre a la tecnología actual y se publicitan etiquetas de redes sociales como la de #Johicrec, que sitúa el optimismo de
No habrá ningún milagro porque al final se acabará imponiendo la razón futbolística
la voluntad a una escala individual para apelar a una unidad de destino emocional susceptible de intimidar al Paris Saint-Germain. Pero, en realidad, importa poco si Luis Enrique cree o no en la remontada, si la consigna es fruto de la buena voluntad espontánea de un aficionado o de la previsión de un líder espiritual de la directiva que controla el ideario de la grada de animación. Nosotros podremos contribuir animando, cruzando los dedos, apostando, escenificando todo el repertorio de supersticiones absurdas relacionadas con nuestra biografía culé. Podremos salir del estadio histéricos y pasear como zombis acompañados por el espíritu de Gaspart, pendientes de los ays y los uis interpretados a capela cerca del cementerio. Pero lo importante no es si nosotros creemos en la remontada. Lo importante es si Messi cree en ella.