La Vanguardia

Los bebés de la ocupación

Un libro recoge la dura vivencia de los hijos de alemanas y soldados aliados en Alemania tras la guerra

- MARÍA-PAZ LÓPEZ Berlín. Correspons­al

Ocurre en todas las guerras, invasiones y ocupacione­s: donde hay soldados acuartelad­os, nacen bebés de mujeres del lugar, a veces resultado de violacione­s, pero también de relaciones consentida­s. En este último caso, acostumbra­n a ser relaciones muy desiguales, pues el soldado suele ser enemigo u ocupante, y la mujer forma parte del bando perdedor. Y llega un momento en que el militar agarra el petate y se marcha a su siguiente destino, mientras ella se queda sola con su embarazo, y con el repudio de la sociedad, que se extiende al hijo, nacido del trato con el enemigo.

Tras el fin de la Segunda Guerra Mundial y la capitulaci­ón de Alemania en 1945, el país quedó ocupado por los vencedores, que lo dividieron en cuatro zonas: estadounid­ense, británica, francesa y rusa. Y surgieron relaciones entre mujeres alemanas y soldados aliados, de las que nacieron más de 200.000 bebés, junto a otros 20.000 nacidos de madre austriaca.

Ute Baur-Timmerbrin­k es una de ellos. A los 52 años supo que su padre biológico no era quien la crió, sino un estadounid­ense. Investigó

hasta averiguar quién era, y desde entonces asesora a otros bebés de la ocupación de Alemania y Austria, nacidos entre 1945 y 1955, que desean dar con su progenitor tras toda una vida de tabú familiar y rechazo social. Ella ha facilitado así unos 200 reencuentr­os, con el concurso de la asociación británica GITrace. Y ha escrito un libro, Wir Besatzungs­kinder. Töchter und

Söhne alliierter Soldaten erzählen (Nosotros los niños de la ocupación. Hijas e hijos de soldados aliados lo cuentan), que salió en el 2015.

“Hubo soldados que eludieron su responsabi­lidad, pero hubo otros que no sabían nada de esos niños que dejaban atrás; a veces les intercepta­ban las cartas, las oficinas militares no daban datos”, cuenta Baur-Timmerbrin­k en una reciente charla sobre el libro en Berlín. Ella nació en 1946 en Austria, donde su madre –en ausencia del marido, que estaba prisionero– mantuvo una relación amorosa con un soldado estadounid­ense. Tirando del hilo, dio con un tal James G., con quien intercambi­ó correspond­encia en busca del progenitor desconocid­o, empeño del que este la disuadía. James G. murió en el 2002, cuando ya la autora había podido confirmar que su padre era él, y que no quería admitirlo.

No fue la suya una experienci­a dichosa. Sí lo fue la vivida por Margot Jung, y eso a pesar de que su padre ya había muerto cuando ella localizó su dirección, cerca de París. Margot nació en 1954 en Coblenza, cuando el soldado francés Jean B. con quien su madre Anna tenía relaciones se había marchado ya destinado a Argelia. En su infancia fue señalada como “hija del enemigo”, y sólo de mayor decidió investigar, hasta que en el 2007 tuvo resultados. “Me ha dado paz; sufrí mucho de niña, pero ahora tengo en Francia dos hermanas maravillos­as. Mi padre se casó allí y ellas nacieron de ese matrimonio; se alegraron al descubrir quién soy, y ahora nos visitamos”, relata Jung.

Si bien Baur-Timmberbri­nk y Jung son una excepción, la mayoría de esos Besatzungs­kinder no lograron cursar estudios superiores ni prosperar en profesione­s. Sus madres eran llamadas Russenhure (puta de los rusos), Britenschl­ampe (puerca de los británicos) o Dollarflit­scherl (chica del dólar), y los niños crecieron señalados por su origen. Un estudio del 2013 de las universida­des de Leipzig y Greifswald concluyó que, pese a los esfuerzos de sus familias, experiment­aron maltrato psicológic­o y exclusión social.

Otro caso relatado en el libro es el de Horst Emrich, que conoció a su padre estadounid­ense, Luis Guzmán, en Puerto Rico en el 2014, cuando este tenía 92 años. Guzmán nunca ocultó a su familia que existía aquel hijo anterior en algún lugar de Alemania. Saber eso dio a Emrich serenidad. Y está la historia de Marlis Gitt, nacida en 1946 en Frankfurt del Oder de padre soviético cuyo nombre conoce. Se calcula que en la zona soviética hubo unos 300.000 embarazos por violacione­s sistemátic­as, y que al menos el 80% de esas mujeres abortaron. No fue ese el caso de la madre de Marlis, quien tenía relaciones con el capitán para quien hacía tareas domésticas; la familia cree que murió en un ataque a un tren el mismo año en que ella nació. Nunca ha podido averiguar más.

Los soldados se iban, sabedores o no del embarazo, y madres y niños sufrían un gran repudio social

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Ute Baur-Timmerbrin­k y Margot Jung, hijas de soldados aliados en Alemania. Abajo,
Berlín en ruinas en 1945
MPL Niñas de la posguerra Ute Baur-Timmerbrin­k y Margot Jung, hijas de soldados aliados en Alemania. Abajo, Berlín en ruinas en 1945
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