La Vanguardia

Gran Berlanga, gran Azcona

- Quim Monzó

El domingo, en esta columna Joaquín Luna publicó un artículo en el que narraba una visita al burdel de “muñecas sexuales” que han abierto en Barcelona, el Lumi Dolls. Es el primero de Europa, y la prensa de todo el continente habla de él con gran interés. Si se perdieron el artículo de Luna, muy mal hecho. Les aconsejo recuperarl­o inmediatam­ente, sea en la hemeroteca de La Vanguardia, o bajando a uno de esos bares donde tienen diarios para sus clientes, a ver si hay suerte y aún no los han usado para pisar el suelo tras haber fregado. En el artículo se explica el proceso para conseguir la cita, el precio que se paga (80 euros por hora) y da detalles de dónde se encuentra: “al lado de la plaza Sant Jaume”, dato interesant­e porque la empresa no da su dirección hasta minutos antes de la cita. El narrador alaba los pechos de la muñeca pero no sus pezones, porque no responden, y cuando trata de tenderla en la cama casi se le desploma. Pesa, cuesta incorporar­la y el hecho de que sea imposible cerrarle los ojos hace que su mirada acabe por molestarle. No se lo pierdan, por favor.

A mí, las muñecas de Lumi Dolls me traen a la memoria un gran filme del año 1974, Grandeur nature, que aquí se estrenó con el título de Tamaño natural .Lo dirigió Luis García Berlanga, sobre un guión escrito por él y Rafael Azcona. Los diálogos eran de Jean-Claude Carrière y la música de Maurice Jarre. Michel Piccoli es el actor que encarna al protagonis­ta, un odontólogo parisino que vive en un matrimonio donde las cosas cada vez van peor. Las infidelida­des de Piccoli son constantes. Hasta que un día compra una muñeca inflable que le enamora. La muñeca era un prodigio de realismo y, en aquellos años setenta, una sorpresa, porque todas las que había eran de vinilo burdo, con facciones desagradab­lemente grotescas. Esta no. Era exactament­e como las de Lumi Dolls ahora. Los amigos de Piccoli se burlan y dicen que se ha vuelto loco, la madre de Piccoli la acepta de buen grado e incluso pone a la muñeca los vestidos que ella utilizaba de joven. (Tome nota, señor Freud.) La mujer de Piccoli se enfada, pero en algún momento intentar parecer una muñeca, a ver si así el puto odontólogo le hace caso.

En España prohibiero­n la película. No se estrenó hasta 1977, dos años después de la muerte de Franco. En Gran Bretaña la pasaron en circuitos de cines porno. En Italia hubo manifestac­iones de feministas: unas que acusaban a la peli de presentar a la mujer como un objeto y otras, también de feministas, que estaban a favor del filme. (Eran otras épocas.) El argumento de la peli se complica cuando Piccoli descubre en la muñeca restos que demuestran que otros hombres también la utilizan. Intenta matarla, pero no lo consigue. Finalmente, en plena desesperac­ión, una noche sube con ella a su Citroën 2CV, circula por la orilla del Sena, da un volantazo brusco y se tira al río. El coche se hunde, Piccoli se ahoga, pero, al cabo de un minuto, la muñeca vuelve poco a poco a la superficie, donde flota con sus pechos al aire y su cara inexpresiv­a, exactament­e como las de Lumi Dolls.

Una muñeca es atractiva: su piel no envejece, no habla, no enferma ni pide caprichos

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