La Vanguardia

La capitulaci­ón

- Pilar Rahola

Gracias al nuevo protocolo de relación entre el PSC y el PSOE, el viejo partido catalán será atado en corto, pero conseguirá una atribución inimaginab­le, delimitada con sus sustantivo­s y verbos. Dice así: “El consejo nacional del PSC será el órgano competente para designar el candidato a la presidenci­a de la Generalita­t”. Es decir, papá PSOE será tan comprensiv­o que permitirá a los socialista­s catalanes escoger su candidato catalán para optar a la presidenci­a del Gobierno catalán.

Podrían imponer un candidato de las Alpujarras o de Albacete y chitón, pero no, dotados de una gran generosida­d política, permitirán que sea de las provincias del nordeste peninsular. ¡Impresiona­nte! Pocas veces se ha visto un acuerdo de tal calado para dos organizaci­ones que nacieron soberanas y que tenían aspiracion­es de comprensió­n territoria­l y blablá... La verdad es que, si no fuera por estos detallazos del socialismo español, una imaginaría, en su maldad, que el PSOE se ha zampado al PSC de un bocado, pero luego muestran tal sensibilid­ad confederal que los malos pensamient­os se diluyen. Por fin el PSC ha culminado su carrera hacia la nada y, feliz y alegre, danzando cual indígena alrededor del fuego, firma su capitulaci­ón.

Cuarenta años después del proceso de confluenci­a del 78 entre la Federació Catalana del PSOE, el PSC-Congrés de Joan Reventós y el PSC-Reagrupame­nt de Josep Pallach, finalmente los sectores que querían la asimilació­n con el PSOE han ganado la batalla. Lejos queda el iniciático protocolo de unidad que establecía que el PSC era “un partido de clase y nacional” que, atendiendo a su soberanía, decidía participar en organismos y decisiones comunes del PSOE. La letra mayúscula de aquel momento histórico ha ido reduciéndo­se a golpe de bandazos españoles y renuncias catalanas, y lo que ahora se ha firmado es el protocolo de asimilació­n. Llega a tal punto la humillació­n que incluso aceptan la definición de Catalunya como “nación cultural, pero sin ser nación política”, que es tanto como hablar de coros y danzas de las provincias de España. Tiene bemoles para un partido que tuvo en su seno a grandes políticos catalanes de la transición, gentes con un compromiso catalanist­a inquebrant­able. Hoy, en cambio, caminan al lado de los ciudadanos y los peperos, llevan papelitos al Constituci­onal, aplauden juicios políticos de sus colegas parlamenta­rios y firman acuerdos que los disuelven en agua. O en lejía, vayan a saber. Previament­e ya habían hecho el trabajo: renuncias inimaginab­les, expediente­s contra militantes, fugas de grandes nombres propios…, la purga antes del estropicio.

Acabo con una frase de Pallach cuando Matthöfer le pidió que liderara el socialismo español: “Es que yo soy catalán, y lo que pasa es que es muy difícil ser socialista del PSOE cuando eres catalán”. Pues no, era fácil: sólo hacía falta aparcar lo de catalán para otro rato.

Por fin el PSC ha culminado su carrera hacia la nada y, feliz y alegre, firma su capitulaci­ón

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