La Vanguardia

Josep Massana y un cerezo

- Jordi Llavina

Massana es un apellido muy frecuente en nuestro país. Sólo en el Penedès los hay a porrillo. Seguro que, en toda Catalunya, daríamos con centenares de Josep Massana. Pero yo quiero referirme al artista del mismo nombre de Sant Pau d’Ordal, con quien no hace tanto he iniciado una fructífera conversaci­ón que ya nunca terminará.

Cuando lo conocí, años atrás, él, carpintero de profesión, trabajaba, como artista, la madera. Sus obras, voluminosa­s e imponentes, se nos mostraban con sus enormes bloques de madera desnuda, decorticad­a, a veces crudamente señalada con cortes casi tan reales y hondos como los que el dolor inflige a nuestra alma: la forma que les daba el escultor se alejaba de las formas de la naturaleza y, al mismo tiempo, extrañamen­te nos las evocaba. Hace unos días comimos juntos, y él me hablaba de su vinculació­n con la tierra y con el tiempo, el gran tema de su obra. ¡Josep y su taller bullen de proyectos! Usa el dibujo y la fotografía –¡qué espléndida­s imágenes nos regala!–, nunca dejó la escultura, su lenguaje primigenio. Hace que las imágenes –en un sugerente blanco y negro o en un color límpido, de día recién estrenado– vayan cobrando relieve o, mejor dicho, dimensión. Escuchándo­le, resulta muy fácil entusiasma­rse con su proceso creativo.

El artista recupera barracas de viña mestizas, porque admira esas creaciones rudimentar­ias, antiguas, de nuestra tradición campesina. Pasea por el campo con los visitantes de su casa taller, y ahonda en el fundamento de cada una de sus obras y en la ambición de su propuesta estética. Ama la tierra y los árboles. El otro día me decía cuánto lamentaba la desaparici­ón de un cerezo que, desde siempre, había formado parte de su paisaje familiar, una especie de mojón vital (recordé el cuento El árbol, del polaco Mrozek). Pero del tronco talado extrajo inspiració­n para una obra: ¡tan retratado tenía al cerezo, que la obra a la que aludo dejará constancia palpitante de él! Lo inmortaliz­ará.

Josep es un observador paciente y sabio de la naturaleza. Frecuenta los lugares, los fotografía en épocas distintas. Sabe que el tiempo cambia los parajes: el tiempo cíclico de las estaciones y el tiempo único de una vida. Busca lo permanente. Su quehacer, al fin y al cabo, me recuerda los versos de Wang Wei: “A esta vida apacible aspiro. / Pensativo, entono Regreso a mi pueblo natal”.

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