El cine lo necesita
La asociación CIMA, que reúne a mujeres cineastas, ha puesto en marcha una campaña para favorecer la igualdad de género en la dirección de cine en Catalunya, con la perspectiva de que en pocos años se pueda conseguir la paridad. Si miramos las cifras, tienen toda la razón: en lo que llevamos de siglo XXI se ha mantenido un porcentaje por debajo del 15% en la proporción de filmes dirigidos por mujeres en el conjunto del cine catalán, pese al aire de renovación generacional que se ha producido en estos años y que ha facilitado el acceso de nuevas hornadas de cineastas. La prueba de que esto no mejora nos la proporciona un detalle al azar. En la selección oficial del próximo Festival de Málaga competirán 17 filmes de los cuales sólo dos son dirigidos por mujeres, o sea, la proporción general a la baja. Pero aquí hay un hecho también relevante y cualitativo: estos dos filmes, dirigidos por dos cineastas catalanas, Roser Aguilar y Carla Simón, son, probablemente, los más interesantes de toda la competición. Roser Aguilar vuelve a dirigir su segunda película, Brava, después de la larga espera que siguió al reconocimiento en el festival de Locarno por su ópera prima, Lo mejor de mí, hace diez años. Carla Simón presenta Estiu 93, una de las revelaciones del 2017, que acaba de ganar dos premios en el Festival de Berlín, entre ellos el de mejor ópera prima. Es difícil imaginar una mejor carta de presentación internacional para una primera película.
Creo que la razón manifiesta de esta propuesta de CIMA no sólo se centra en la causa justa de la paridad. Porque es el propio lenguaje del cine y su relación con el público lo que necesita que se produzca esta transformación profunda que implica la emergencia y consolidación de mujeres cineastas. Agnès Varda lo explicaba muy bien: cuando las mujeres han accedido a dirigir, el lenguaje narrativo y visual del cine ya estaba fijado por la mirada masculina. Por tanto, esta apuesta por la paridad significa dotar al cine de un nuevo empuje, de una nueva posibilidad de releer el mundo, de una oportunidad de priorizar nuevas dramaturgias. Evidentemente que una mujer cineasta puede estar interesada en seguir la tradición del cine, y reclamar el derecho igualitario que le corresponde. Pero al mismo tiempo hay que constatar que las aportaciones más recientes de jóvenes cineastas como las ya mencionadas Aguilar y Simón, o como Neus Ballús, Mar Coll, Virginia García del Pino, Mercedes Álvarez, Alba Sotorra, Lupe Pérez, Eva Vila, Carla Subirana, Nely Reguera, Isa Campo o las cuatro directoras del filme generacional Las amigas de Àgata, demuestran que su presencia no es sólo una nota estadística.
Pocas campañas como esta tienen por tanto un sentido más profundo y renovador. Del mismo modo que en Catalunya se ha conseguido que el cine de producción más industrial no margine al cine de autor, y hemos encontrado la manera de hacer sentir a todos que las dos vías son esenciales, impulsar decididamente los filmes de mujeres cineastas es una forma de hacer visible una apuesta que es de justicia, y que es a la vez fuente de renovación. Las jóvenes cineastas que están preparándose en las universidades y en las escuelas lo merecen, y el cine del país lo necesita.
La apuesta por la paridad significa dotar al cine de un nuevo empuje