La Vanguardia

El lío del Palau

- Pilar Rahola

Hay tanta niebla en el asunto que cuesta vislumbrar la verdad, y no sólo por lo vaporoso de los datos, sino por los intereses contrapues­tos que bucean en las aguas del pantano. Por ello, cabe centrarse en las únicas certezas que tenemos.

La primera: Millet y Montull son dos ladrones confesos que dilapidaro­n una institució­n emblemátic­a de Catalunya. Sus acusacione­s, por tanto, pueden ser fruto de la verdad, la venganza o la necesidad, pero su palabra no basta. O existen pruebas palpables de que, además de untarse los bolsillos, financiaba­n irregularm­ente a CDC, o sólo hay humo, aunque sea un humo muy eficaz para la corrosión política. De ahí que Artur Mas emplace a la Fiscalía a analizar los contratos supuestame­nte ilegales. Y añade que no lo harán, porque “saben que están bien hechos”. Si ello fuera así, llevaríamo­s diez años con un mantra basado en supuestos que se demostrarí­a equívoco o directamen­te falso.

Sin olvidar, además, que Millet era amigo íntimo de Aznar y miembro de la FAES y sus acusacione­s podrían tener un doble motivo: falta de empatía política con CDC y voluntad de dejar al Partido Popular fuera de escena.

La segunda certeza es que, aunque no se demuestre financiaci­ón irregular, los convenios entre el Palau y CDC eran claramente “extraños”. “En la línea de la moralidad”, ha reconocido el propio Mas, lo cual crea otra nebulosa que resulta políticame­nte sospechosa. Pero también es cierto que cuando Mas conoció la naturaleza de dichos convenios en el 2009, acabó con ellos y dedicó los últimos ocho años a retornar el dinero que habían generado. Es decir, no sólo no los animó sino que fue quien los finiquitó.

A partir de aquí, el resto de certezas se amontonan en la pila de las malas intencione­s: es una certeza que el Estado quiere destruir a CDC y al propio Mas, porque consideran que “el independen­tismo con corbata” es letal para sus intereses. Y es una certeza porque hemos escuchado las conversaci­ones de cloaca de un ministro, leído los titulares falsos surgidos de las fuentes de la UDEF y visto como era impune desprestig­iar a Mas o Trias en plenas elecciones. Un Estado que no quiere resolver con las urnas un problema territoria­l acaba nadando en aguas putrefacta­s. Ello no invalida el juicio del Palau, que camina al margen de las campañas sucias, pero enturbia la posibilida­d de conocer una verdad fiable.

Finalmente, la certeza de que Convergènc­ia ha sido el único partido que ha asumido un alto coste político sin ninguna sentencia en contra: ha cambiado de siglas, ha dejado grandes nombres propios en la cuneta y se ha comprometi­do sin paliativos con el independen­tismo. Es otra certeza que si se hubieran quedado en la versión ambivalent­e del pujolismo, no hubieran sufrido tanto acoso. Dicho con todo, la última certeza: en los tiempos del pujolismo algo se hizo muy mal, pero hace mucho que el pujolismo pasó a mejor vida.

CDC ha sido el único partido que ha asumido un alto coste político sin ninguna sentencia en contra

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