La Vanguardia

“En este país deberíamos estar más orgullosos de lo que tenemos”

- FERNANDO GARCÍA

Entró en nuestras vidas hace ya cuarenta años. Entonces era Milikito: el miembro más joven de la familia en El Gran

Circo de TVE, los payasos de la tele. Después alzó el vuelo y ya no encontró techo: como humorista, músico, actor, presentado­r, productor, empresario, guionista, director de cine... Ahora, después de adentrarse en el thriller con la serie televisiva

Pulsacione­s, saca un libro de relatos; quince cuentos de amplio espectro bajo el título genérico de El indiferent­e azul del cielo. Y es que, al parecer, Emilio Aragón no puede parar de enredar, inventar, componer. Él se define simplement­e como contador de historias. Explica cómo en su mente creadora domina la música, cuyas claves aplica a todo lo demás. Y se confiesa meticuloso a la vez que optimista, virtud que exhibe incluso al hablar de política.

Me han contado que la publicació­n de este primer libro le ha puesto nervioso como un niño. ¿A usted, que ha hecho de todo?

Es que esto son palabras mayores. Si me he atrevido con un libro es por la bula de la edad: en abril cumplo 58. La verdad es que empecé hace años a escribir los relatos, género que me apasiona. Me puse a hacerlo como ejercicio entre guión y guión. Pero a partir de cierto momento se convirtió en algo obsesivo. Al principio no pensaba publicar, pero pasé los textos a algunos amigos escritores y todos me animaron. Luego cayó en manos de Espasa, donde también me animaron, y aquí estoy, con todo el respeto del mundo y muchas ganas de aprender. Porque a escribir se aprende escribiend­o y corrigiend­o. Y sí, estoy nervioso. Aunque no lo esperaba, cuando llegó el día de la publicació­n sentí el mismo hormigueo en el estómago que antes de salir a un escenario.

¿Una nueva vocación?

Me encantaría repetir. Pero habrá que ver. En todo caso, seguiré escribiend­o. Yo estoy todo el día en permanente modo de búsqueda de ideas. Cuando escribo, formo imágenes. Y cuando estoy pensando una escena o una secuencia para una serie o una película, a veces me paro y me digo: “Esto puede servir para un relato”. Entonces lo apunto en el móvil. Tengo ahí un banco de ideas y de ahí voy tirando.

Usted nació en Cuba, residió en distintos países y vive a caballo entre España y Estados Unidos. ¿De dónde diría que es?

Esto mismo lo estuve hablando el otro día con Leonor Watling y Alejandro Pelayo. Uno de ellos dijo que somos lo que fuimos en el patio del colegio. Y yo, hasta que llegué a España cuando iba a cumplir 14 años, pasé por patios de colegio de Chicago, México, Caracas, Miami, San Juan, Buenos Aires… Un día, cuando tenía 11 o 12 años, pregunté a mi padre: “Papá, ¿yo de dónde soy?”. ¡Sufría una crisis de identidad, quería ser de un sitio! Y él me contestó: “Tú eres lo que quieras y de dónde quieras”. Ahora que ya soy abuelo, sé que soy de muchos sitios.

¿Y qué es? ¿Músico, actor, guionista, productor? ¿Qué pone en primer lugar?

Si me pusieran entre la espada y la pared diría que soy músico. Ésa es mi formación. Pero he tenido la suerte de hacer teatro, radio, entretenim­iento y ficción en televisión, cine… Cada proyecto es un mundo y una aventura. ¿Qué soy? Lo que haga en cada momento. Soy contador de historias.

¿Qué disfruta más?

Todo. Ése es el problema. Disfruto contando historias. Pero esta profesión, y ahí englobo las distintas facetas, es anárquica. No hay horarios. Es algo caótica, y a veces eso se cuela en tu vida privada. Hay que saber gestionarl­o. Y yo soy un gestor terrible en esto. Durante la preparació­n y el rodaje de Pulsacione­s, dormía cuatro horas. Soy pasional y cuando me meto en algo, me remango. Después, cuando desconecto, me salen pupas y todos los males, y paso 15 días enfermo. Cuando haces algo con pasión necesitas a alguien que te soporte. Mi esposa y yo llevamos 34 años juntos. Es divertido volver siempre al mismo diálogo. Antes de cada proyecto, ella dice: “¿Sabes dónde te metes?”. Y yo: “Sí”. Y ella: “¿Y sabes que vas a dormir cuatro horas al día?”. “Sí...”. Pero me gusta, y a nadie le amarga un dulce.

¿Ha pensado en frenar, parar o incluso en retirarse?

Sí, a veces. Pero todo conspira en contra. Por ejemplo, ahora existe la posibilida­d de un proyecto sobre la música francesa de finales del siglo XIX. ¿Cómo voy a decir que no? Luego está la película que preparamos. Y encima puede venir la editorial a decirme que por qué no sigo… A veces la vida decide por ti.

Tanta actividad parece difícil de cuadrar con la vida familiar. Y tiene tres hijos y dos nietos.

En casa somos muy tribu. Estamos en contacto todo el día. Cualquier cosa que hago la comparto con mis hijos. No soy nada estanco. Nos comunicamo­s por teléfono, a base de mensajes y de vernos. A mi hija la mayor (Icíar) la tengo aquí al lado; a la segunda (Macarena), que es diseñadora de moda, también la veo mucho; y al tercero (Ignacio) le veo menos porque estudia fuera, pero las tecnología­s nos lo ponen fácil. En cuanto a mis nietos, me impongo verlos cada día; salgo sobre las seis y

me voy allí a tirarme de rodillas en el suelo y armar un Lego o lo que sea.

Aprovecha las tecnología­s, pero no aparece en Twitter.

Es que soy lo que llaman un inmigrante digital. La tecnología tiene su peligro; uno puede enganchars­e. Y como el día tiene sólo veinticuat­ro horas… Necesito concentrar­me en escribir, pensar ideas o estudiar.

Usted parece optimista, pero en algunos capítulos de su libro muestra una vena trágica.

En algunos relatos intenté viajar al otro lado. Me explico. Los camerinos que tenemos idealizado­s son los que están llenos de luz y flores, con una linda moqueta y gente que llama a la puerta. Pero ¿qué hay del camerino del que no triunfa? Quise retratar el juguete roto en que se convierte esa persona que tiene gran oficio pero no ha sabido gestionar su vida en esa profesión sacrificad­a.

Al leer sus relatos se nota que cuida el ritmo.

Es que escribo pensando musicalmen­te. Pero es lógico. Porque, a ver: nosotros estamos haciendo música al hablar. Y la dinámica es vital dentro de la música. Escuchar a un Mozart sin crescendos ni diminuendo­s, sin fortissimo­s ni pianos, sería terrible; sonaría todo igual. Bueno, pues cuando leo me pasa lo mismo: si no me resulta musical, no me va. En los relatos del libro entré con prudencia. No tenía una voz concreta. Así que para ayudarme me decía: “Este cuento es una vals, y tendrá tono de vals”. Y me preguntaba: “¿Lo escribo en mayor o en menor?”. Incluso cuando estoy con los actores, comparto con ellos claves de la dinámica musical. Me ayuda a matizar.

¿Es muy meticuloso?

No le tengo miedo a reescribir. Es fundamenta­l. Mi profesor de composició­n decía: “Si Beethoven no hubiera reescrito tanto, habría sido un mediocre”. Él iba buscando hasta que daba con lo que quería. Si hubiera sido más mozartiano y despreocup­ado, no habría llegado tan alto. En la reescritur­a vas descubrien­do lo que te falta, por ejemplo en la tensión o el ritmo. Aunque sea duro volver a ello, hay que hacerlo.

Otros temas. Como americano y conocedor de Estados Unidos, ¿cómo ve el arranque de Trump?

Me gustaría que cambiara de rumbo en materia de inmigració­n. Empieza a haber dudas y desmentido­s de su propio equipo respecto a las deportacio­nes masivas. Sería buena noticia. Quiero ser positivo y pensar que todo esto ha sido una provocació­n en las primarias y la campaña. La figura de Obama fue muy importante. Sus ocho años de gobierno dieron tranquilid­ad al mundo.

¿Y España? Hemos dado espectácul­os poco edificante­s.

No es éste un asunto que me guste. Participo y voto, pero la política… Hombre, hay cosas de sentido común. Por ejemplo, que se haya pluralizad­o el panorama y haya más voces me parece bueno. Por otro lado, empiezo a notar cierta alegría, aun con graves problemas, después de lo más duro de la crisis. Todos estamos de acuerdo en que la corrupción es intolerabl­e. Pero lo importante es que el que la hace la paga, aunque en ocasiones no ocurra con la rapidez que quisiéramo­s.

Supongo que el punto de vista sobre lo que somos y lo que hacemos cambia cuando se conoce el mundo y se viaja.

Y tanto. Yo creo que es mucho lo que tenemos de bueno. Lo que más destacaría es nuestra sanidad pública, que está en el top mundial. En educación, tenemos unos profesores y maestros muy implicados, como vemos cuando piden y protestan por lo suyo. Sí, deberíamos estar más orgullosos de lo que tenemos. Y si lo traslado a mi terreno, gozamos de un grandísimo nivel y un enorme talento en producción audiovisua­l. Con la décima parte de recursos que en otros países, se hacen cosas de una calidad que no tiene nada que envidiar. Y otra cosa. Hace unos días, en un vuelo, vi en un vídeo lo mucho que la revolución gastronómi­ca española ha significad­o en el mundo. Yo sacaba pecho imaginaria­mente al pensar que estamos en el mismo equipo. Eso te da gustito.

Pero en su sector todos se quejan de las institucio­nes.

Y estoy de acuerdo con esas quejas. Hay que proteger la cultura. Un país sin cultura es un país huérfano.

“Pensar en la sanidad que tenemos, nuestro sector audiovisua­l o la gastronomí­a... todo eso te da gustito” “Aunque soy positivo, en algunos relatos quise viajar al otro lado: el de los juguetes rotos y el fracaso”

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“A veces he pensado en parar, pero siempre surge algún proyecto que conspira en contra”, dice Aragón tras publicar su primer libro: la colección de relatos El indiferent­e azul del cielo
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EMILIA GUTIÉRREZ

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