Desde el Trastevere
Estoy en Roma, preguntándome si, pese al poco pelo que me queda, he de visitar al barbero Giorgio Rinaldi, uno de los verdaderos monumentos del barrio del Trastevere. De Rinaldi, alto, delgado y tan buen bailarín como su esposa, supe por mi amigo Miquel Delgado, un monseñor culto que cree en lo que dice y que trabaja en la curia vaticana, además de dirigir el colegio Tiberino, ubicado en el Trastevere. O sea, que cuando leí lo que había dicho el republicano Jordi Orobitg, eso de que “la transición a un nuevo estado catalán no será necesariamente pacífica y ordenada”, decidí poner rumbo a Roma, ciudad que visito dos o tres veces al mes. Suelo instalarme en el Tiberino, que dada la diversidad de nacionalidades de sus huéspedes, viene a ser como la ONU. Además, cuando estoy en el Tiberino, unas monjas vecinas me invitan a comer huevos fritos y a saborear el limoncello que ellas mismas elaboran. En esta ocasión, mi presencia en Roma obedece, también, a que acabo de escribir una novela cuya no todos los catalanes somos como algunos pretenden. Y porque, pese a que Oriol Junqueras conoce el Vaticano o una parte del mismo, no parece que los nuevos diplomáticos oficiales catalanes hayan logrado mejorar la pésima imagen que algún antiguo miembro de ERC dejó de la Catalunya política en determinado despacho vaticano cuando gobernaba el tripartito. Los nuevos diplomáticos catalanes siguen, pues, desaprovechando la oportunidad de aprender diplomacia en el Vaticano, algo que Junqueras es imposible que ignore.
Leyendo el libro de Fèlix Riera queda muy claro que actualmente la moderación no se perdona, que hoy ser un moderado es peor que ser un radical de izquierdas o de derechas. Y, entre otras cosas, el autor nos recuerda determinada fábula de Esopo que Nelson Mandela utilizó pensando en las personas que, en un momento determinado de la historia, están más predispuestas a la violencia. Me refiero a la fábula del sol y el viento. Ya saben: para comprobar cuál de los dos era más poderoso decidieron