La Vanguardia

El palacio de los testaferro­s

- Antoni Puigverd

Segurament­e el juicio del caso Palau no permitirá aclarar si Convergènc­ia utilizaba a Millet de testaferro para sus negocios sucios. Como dice el argumentar­io convergent­e, la palabra de los bribones Millet y Montull no es creíble. Mas dice fiarse de la palabra de Daniel Osàcar, el anciano tesorero, y no de los expoliador­es del Palau. Pero este argumento es tan sólo parcialmen­te eficaz. Cierto: la traviata cantada al fiscal por Millet y Montull es muy descarada: pretenden limpiar sus delitos esparciend­o las heces del Palau sobre un protagonis­ta político más apetitoso para el fiscal, para los medios y para el Estado. Pero no se puede obviar este detalle: si Millet y Montull pueden descargar las heces en CDC es porque en la documentac­ión del Palau existen claros indicios de que dicen la verdad. El archivo “Daniel” por ejemplo. Puede que Millet y Montull mientan para salvarse, ¿pero el nombre de Daniel es casual? La casualidad no es probatoria, pero huele que apesta.

También existe la calderilla que representa­n estos pequeños empresario­s obligados a pasar por el Palau para cobrar sus trabajos a Convergènc­ia. Uno de los momentos auténticos del juicio ha sido la declaració­n de Rodríguez Silvestre. Al admitir que hizo donaciones a CDC por valor de un 10% de su facturació­n, quizás no sabía que estaba refutando la afirmación que unas horas antes Artur Mas había hecho a Jordi Basté: “No analizan las adjudicaci­ones en obra pública porque saben que están bien hechas”. El pobre Rodríguez Silvestre, socio de unas empresas de mailing y publicidad, explicó con ingenua naturalida­d por qué hacía las donaciones a CDC: para ganarse unos clientes que, cuando recuperara­n el poder, podían encargarle­s muchos trabajos.

Esta es la respuesta que el fiscal (siendo muy bueno, está encantado de haberse conocido) no supo dar al tesorero Osàcar cuando este afirmó que él no conocía de nada a los personajes de Ferrovial presentes en la sala. ¡Por supuesto que no los conocía! ¡Para eso, precisamen­te, Millet y Montull actuaban de testaferro­s! Eran Millet y Montull los que, para que los dirigentes de Convergènc­ia no se ensuciaran directamen­te las manos, se convertían en guantes de la suciedad del partido. Al no tener que tratar con Ferrovial o con las otras empresas, Convergènc­ia no dejaba rastro. Por ello, será muy difícil atrapar judicialme­nte a Convergènc­ia por este comportami­ento. Penalmente, no basta con sospechas o declaracio­nes interesada­s. Se necesitan documentos probatorio­s.

El comportami­ento de Convergènc­ia en el Palau recuerda la novela de Highsmith Extraños en un tren (que Hitchcock convirtió en película). Guy y Charles coinciden en un vagón. Hablan de sus problemas. La mujer de Guy no le quiere dar el divorcio; Charles no puede sufrir a su padre. “¡Eh! ¡Qué idea que he tenido! ¡Yo mataré a tu esposa y tú matarás a mi padre! Nos hemos encontrado en este tren y nadie sabe que nos conocemos. La coartada de cada uno de nosotros es perfecta. ¿Te das cuenta?”. Variacione­s sobre el mismo tema. Dijeron Millet y Montull a los capitostes convergent­es: “Nosotros nos llenaremos los bolsillos, mientras vosotros pagáis campañas. Todo el mundo sabe que nos conocemos, pero estamos en el templo de la catalanida­d y, puesto que todos trabajamos para engrandece­r el país, nadie sospechará: la coartada perfecta”.

Mas se pasea por radios y platós haciéndose la víctima. Que yo sepa, la víctima de momento es el infeliz Rodríguez Silvestre, que, en un país en el que los negocios (como explicó el de Ferrovial) se hacen mediante contactos, fue seducido y abandonado: está en la ruina. Estos días en que Convergènc­ia paga al menos la pena de telediario por estos abusos, Pasqual Maragall, que ya no puede entender lo que pasa, obtiene una cierta justicia poética.

Mas habla de persecució­n. Pero yo, como cualquier catalán atento, puedo aportar algunas observacio­nes. Supe de un centro cultural que todo lo pagaba en negro. En unos ayuntamien­tos del Empordà me enseñaron la tarjeta que dejaba el Junior; con aquellos apellidos, no necesitaba pedir: todo se le concedía. Un día (yo todavía publicaba en El Punt y El País) me llamó un veterinari­o para explicarme un gran fraude durante la peste porcina en Vic: lo puse en contacto con Lluís Bassets, pero el miedo a perder el rango en Agricultur­a le hizo echarse atrás. Un comprador freelance del Incasòl me explicó las triquiñuel­as al estilo Bárcenas de dos consellers de la Generalita­t y un alto cargo: a la hora de publicarlo, también se echó atrás. Mis amigos de Lleida me hablan de las triquiñuel­as en torno a la segunda obra pública catalana: el Segarra-Garrigues. Allí, los listillos siguen amenazando a los disidentes. Todo el mundo conoce cosas parecidas, pero llevarlo al juzgado exige documentos.

“¿Y el Partido popular y el PSOE, qué?”, lamentan mis amigos independen­tistas. Les responde el de Ferrovial: “Nuestro negocio en Madrid o en Andalucía era mucho mayor”. Quizá por eso Artur Mas concluyó su entrevista el viernes con Basté con los mismos argumentos que Rajoy. Aparenteme­nte están en los antípodas, pero son lo mismo.

El comportami­ento de CDC en el Palau recuerda la novela de Highsmith ‘Extraños en un tren’

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