El palacio de los testaferros
Seguramente el juicio del caso Palau no permitirá aclarar si Convergència utilizaba a Millet de testaferro para sus negocios sucios. Como dice el argumentario convergente, la palabra de los bribones Millet y Montull no es creíble. Mas dice fiarse de la palabra de Daniel Osàcar, el anciano tesorero, y no de los expoliadores del Palau. Pero este argumento es tan sólo parcialmente eficaz. Cierto: la traviata cantada al fiscal por Millet y Montull es muy descarada: pretenden limpiar sus delitos esparciendo las heces del Palau sobre un protagonista político más apetitoso para el fiscal, para los medios y para el Estado. Pero no se puede obviar este detalle: si Millet y Montull pueden descargar las heces en CDC es porque en la documentación del Palau existen claros indicios de que dicen la verdad. El archivo “Daniel” por ejemplo. Puede que Millet y Montull mientan para salvarse, ¿pero el nombre de Daniel es casual? La casualidad no es probatoria, pero huele que apesta.
También existe la calderilla que representan estos pequeños empresarios obligados a pasar por el Palau para cobrar sus trabajos a Convergència. Uno de los momentos auténticos del juicio ha sido la declaración de Rodríguez Silvestre. Al admitir que hizo donaciones a CDC por valor de un 10% de su facturación, quizás no sabía que estaba refutando la afirmación que unas horas antes Artur Mas había hecho a Jordi Basté: “No analizan las adjudicaciones en obra pública porque saben que están bien hechas”. El pobre Rodríguez Silvestre, socio de unas empresas de mailing y publicidad, explicó con ingenua naturalidad por qué hacía las donaciones a CDC: para ganarse unos clientes que, cuando recuperaran el poder, podían encargarles muchos trabajos.
Esta es la respuesta que el fiscal (siendo muy bueno, está encantado de haberse conocido) no supo dar al tesorero Osàcar cuando este afirmó que él no conocía de nada a los personajes de Ferrovial presentes en la sala. ¡Por supuesto que no los conocía! ¡Para eso, precisamente, Millet y Montull actuaban de testaferros! Eran Millet y Montull los que, para que los dirigentes de Convergència no se ensuciaran directamente las manos, se convertían en guantes de la suciedad del partido. Al no tener que tratar con Ferrovial o con las otras empresas, Convergència no dejaba rastro. Por ello, será muy difícil atrapar judicialmente a Convergència por este comportamiento. Penalmente, no basta con sospechas o declaraciones interesadas. Se necesitan documentos probatorios.
El comportamiento de Convergència en el Palau recuerda la novela de Highsmith Extraños en un tren (que Hitchcock convirtió en película). Guy y Charles coinciden en un vagón. Hablan de sus problemas. La mujer de Guy no le quiere dar el divorcio; Charles no puede sufrir a su padre. “¡Eh! ¡Qué idea que he tenido! ¡Yo mataré a tu esposa y tú matarás a mi padre! Nos hemos encontrado en este tren y nadie sabe que nos conocemos. La coartada de cada uno de nosotros es perfecta. ¿Te das cuenta?”. Variaciones sobre el mismo tema. Dijeron Millet y Montull a los capitostes convergentes: “Nosotros nos llenaremos los bolsillos, mientras vosotros pagáis campañas. Todo el mundo sabe que nos conocemos, pero estamos en el templo de la catalanidad y, puesto que todos trabajamos para engrandecer el país, nadie sospechará: la coartada perfecta”.
Mas se pasea por radios y platós haciéndose la víctima. Que yo sepa, la víctima de momento es el infeliz Rodríguez Silvestre, que, en un país en el que los negocios (como explicó el de Ferrovial) se hacen mediante contactos, fue seducido y abandonado: está en la ruina. Estos días en que Convergència paga al menos la pena de telediario por estos abusos, Pasqual Maragall, que ya no puede entender lo que pasa, obtiene una cierta justicia poética.
Mas habla de persecución. Pero yo, como cualquier catalán atento, puedo aportar algunas observaciones. Supe de un centro cultural que todo lo pagaba en negro. En unos ayuntamientos del Empordà me enseñaron la tarjeta que dejaba el Junior; con aquellos apellidos, no necesitaba pedir: todo se le concedía. Un día (yo todavía publicaba en El Punt y El País) me llamó un veterinario para explicarme un gran fraude durante la peste porcina en Vic: lo puse en contacto con Lluís Bassets, pero el miedo a perder el rango en Agricultura le hizo echarse atrás. Un comprador freelance del Incasòl me explicó las triquiñuelas al estilo Bárcenas de dos consellers de la Generalitat y un alto cargo: a la hora de publicarlo, también se echó atrás. Mis amigos de Lleida me hablan de las triquiñuelas en torno a la segunda obra pública catalana: el Segarra-Garrigues. Allí, los listillos siguen amenazando a los disidentes. Todo el mundo conoce cosas parecidas, pero llevarlo al juzgado exige documentos.
“¿Y el Partido popular y el PSOE, qué?”, lamentan mis amigos independentistas. Les responde el de Ferrovial: “Nuestro negocio en Madrid o en Andalucía era mucho mayor”. Quizá por eso Artur Mas concluyó su entrevista el viernes con Basté con los mismos argumentos que Rajoy. Aparentemente están en los antípodas, pero son lo mismo.
El comportamiento de CDC en el Palau recuerda la novela de Highsmith ‘Extraños en un tren’