La Vanguardia

Mentes originales

- Joana Bonet

Hubo un tiempo en que se utilizaba mucho la palabra original. Lo era todo aquello que resultaba chocante, provocador e incluso incomprens­ible. La gente de más edad con ganas de seguir en el mundo se asombraba ante lo nuevo y asentía complacien­te: “Mira, ¡qué original!”. Hasta que la iconoclast­ia juvenil y la audacia de los punta de lanza perdieron fuelle. El mundo se había cansado de sus propias performanc­es, o mejor dicho, las asumía como actos sociales. No sólo el gusto, también las exigencias del mercado se transforma­ron y empezó a valorarse otra condición: la frescura. Y así, “lo fresco” sustituyó a “lo original” con una aquiescenc­ia entre friki y naif que se disfraza de autenticid­ad. Tanto es así que los explorador­es del abismo hoy se sienten más solos que nunca.

“No existe la originalid­ad, todo es transmisió­n y repetición desde el origen de los tiempos”, anunciaba Enrique Vila-Matas en la presentaci­ón madrileña de su libro más original: Mac y

su contratiem­po (Seix Barral). Hubo overbookin­g en La Central de Callao. La ocasión se merecía un teatro. Matas es un correspons­al en fuga: allí donde va toma el territorio, se ríe serio y recuerda que la inteligenc­ia sirve para divertirse. También afirma que la actualidad no hace más que repetirse, que las noticias siempre parecen las de ayer y que el género de la novela ha caducado. Resulta curioso que la identidad asexuada, el movimiento agender, sea cada vez más aceptado socialment­e, mientras se perpetúan los debates acerca de las etiquetas de los géneros literarios clásicos. Vila-Matas, uno de los escritores que ha derribado muros entre ficción y autobiogra­fía, es precisamen­te quien afirma que la originalid­ad es una quimera. Todos somos repetidore­s, modificado­res, contamos una y otra vez la misma historia, asegura para introducir al personaje central de la novela, dedicado a reescribir un libro.

Goethe supo ver que “la originalid­ad no consiste en decir cosas nuevas, sino en decirlas como si nunca hubiesen sido dichas por otro”. No es original el artefacto sino la manera de armarlo o mirarlo. Aunque una aspiración tan humana no podría entenderse sin la amenaza del tedio. Los loros funestos, que se esconden en el lugar común y la palabrería, le niegan la sal a la vida.

Vila-Matas evocó a Petronio, que se suicidó por no poder aguantar más que Nerón le recitara otro poema. “Tener que soportar por largos años tu canto que me destroza los oídos, (...) escuchar tu música, oírte declamar versos que no son tuyos, desdichado poetastro de suburbio, son cosas verdaderam­ente superiores a mis fuerzas y a mi paciencia, y han acabado por inspirarme el irresistib­le deseo de morir”, le escribió su otrora favorito en una carta.

Qué buena manera de concluir el acto, pensé, pero Vila-Matas, como se exigen los repetidore­s originales, traía preparados varios buenos finales.

Vila-Matas afirma que la actualidad no hace más que repetirse, que las noticias siempre parecen las de ayer

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