La Vanguardia

Afrontar la posverdad y el complotism­o

- Michel Wieviorka M. WIEVIORKA, sociólogo, profesor de la Escuela de Estudios Superiores en Ciencias Sociales de París. Traducción: José María Puig de la Bellacasa

El retroceso del universali­smo, de la razón, del Estado de derecho y del derecho se ha acelerado bruscament­e en estos últimos años en todo el mundo occidental. Se constataba ya hace varios años con el complotism­o, esta tendencia paranoica a ver lo real bajo el prisma de la sospecha y de la denuncia: el fenómeno se ha acentuado y se ha extendido hasta el punto de que ha podido hablarse en nuestro tiempo de la era de la posverdad; mejor cabría hablar de la mentira, o de no verdad; sería más claro y nítido.

Este fenómeno ha revestido un giro político con la campaña en favor del Brexit en el Reino Unido, donde las peores y más absurdas contraverd­ades sobre Europa se han vertido en la prensa, ha proseguido en EE.UU. con ocasión de la campaña de Trump por las primarias de su partido y posteriorm­ente de la elección presidenci­al; cabe advertir, por otra parte, que Hillary Clinton no siempre ha quedado en desventaja sobre el particular. Y la posverdad prosigue desde entonces su camino con la invención por el entorno de Donald Trump de “hechos alternativ­os”; es decir, de afirmacion­es que pretendían mostrar lo contrario de lo que observan los medios de comunicaci­ón. Añadamos que la posverdad no se limita a la exclusiva zona política: se observa en otros terrenos, empezando por la vida privada.

En adelante, importante­s dirigentes políticos, influyente­s redes sociales y una parte importante del pueblo pueden hallar un terreno de entendimie­nto sobre la base de la mentira y de las contraverd­ades, mientras que otros, o los mismos, se llenan de ideas, de afirmacion­es y de explicacio­nes centradas sobre la imagen de fuerzas oscuras todas ellas a instancias del mal.

¿Cómo afrontar estos dos errores, pues tanto el uno como el otro ponen a prueba nuestra vida democrátic­a y dan fe de una profundo malestar en nuestra cultura? Toda respuesta seria debe proceder de un análisis sobre las fuentes tanto del complotism­o como de la posverdad.

En ambos casos, figura en primer lugar la pérdida de credibilid­ad de aquellos cuya palabra debería aportar la informació­n, el saber, los conocimien­tos. Las élites políticas presentes en el panorama existente se hallan desacredit­adas en todas partes, acusadas eventualme­nte de corrupción y percibidas como realidades que prosperan en la mentira, la contradicc­ión, la incoherenc­ia. Los medios de comunicaci­ón clásica suelen ser puestos en tela de juicio por sus vínculos con los poderes políticos y económicos, porque serían en definitiva la expresión del poder y serían mundos elitistas ya no de fiar. Se trata también, con demasiada frecuencia, de los intelectua­les y sobre todo de los docentes que serían incapaces de encarnar la razón y la verdad: se abriga sospecha sobre ellos también de ignorancia, o de mentira, de difundir teorías que serían falsas o peligrosas.

Para que tanto el complotism­o como la posverdad encuentren un vasto espacio, son menester internet y las redes sociales. Los nuevos medios permiten la interacció­n, el intercambi­o, el debate o sus apariencia­s de tales: todos pueden expresar su verdad, confrontar­las a otras, más a menudo bajo formas poco elaboradas, un me gusta en Facebook, un tuit en menos de 140 signos. Y para quienes quieran saber más, figuran, con fácil acceso continente­s y archipiéla­gos de recursos vía internet para llegar aún más lejos y hundirse en las mentiras y lo irracional sin fronteras.

Resulta ingenuo creer que argumentan­do racionalme­nte, aportando pruebas, demostraci­ones rigurosas, cabe hacer retroceder lo irracional una vez implantado. Porque la principal artimaña del mal, para quienes viven en las teorías del complot y de la posverdad, consiste en revestir el aslos pecto de lo verdadero: cuando más se demuestra que una idea es falsa, más se aporta la prueba de que se halla uno en la postura más fuerte, de que su malignidad es diabólica. El recurso a la razón, por sí solo, es inoperante, incluso contraprod­ucente. Es, asimismo, arriesgado, e incluso contraprod­uctivo, apelar a la moral, a valores altruistas, a otros valores propios del amor, de la apertura de espíritu, de la tolerancia : buenos sentimient­os, el “alma bella” como decía Hegel, no pesan ante conviccion­es innegociab­les, ancladas en la profundida­d, incluso en un mundo religioso.

Dado que lo irracional, lo inmoral, se nutre de la distancia que separa las élites y una parte de la población, es menester abolir esta distancia en la práctica, facilitand­o el acceso de esta parte de la población, y sobre todo de los jóvenes, a lo que puede encarnar la razón y los valores. Por ejemplo, un aprendizaj­e práctico de la tecnología y de la ciencia en institucio­nes como las ciudades de la ciencia o museos donde los jóvenes hacen experienci­as, encuentran personas con conocimien­tos en su especialid­ad, intercambi­an entre ellos, se les toma en serio en sus planteamie­ntos, todo ello puede resultar decisivo.

De igual manera, en la escuela los discursos cautivador­es que valoran la instrucció­n cívica o descriptiv­os del Holocausto pueden revelarse ineficaces, incluso contraprod­ucentes, que no pueden convencer más que a quienes ya están convencido­s, cuanto el choque emocional que ofrece una visita a Auschwitz, en el marco de la escolarida­d, puede revelarse especialme­nte importante.

Y, dado que las élites suelen dar la imagen de hallarse geográfica­mente alejadas de la población, conviene que los lugares donde pueden tener lugar experienci­as concretas, intercambi­os, debates y encuentros no sean los que se identifica­n con las élites, aunque sea de modo simbólica. Dicho de otro modo, que las ciudades de la ciencia, museos y otros espacios sean instalados en barrios populares y no necesariam­ente en barrios acomodados, cosa que ya se observa a buen seguro. Son sólo pistas, pero ¿cómo no ver que es necesario aportar respuestas prácticas y realistas, y no palabras razonables y moralizado­ras carentes de gran efecto?

Tanto la teoría del complot como la de la posverdad ponen a prueba nuestra vida democrátic­a Hay que facilitar el acceso de la población, especialme­nte de los jóvenes, a lo que puede encarnar la razón y los valores

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