La Vanguardia

La huella de la triple curva

- EL RUNRÚN Màrius Serra

La crónica periodísti­ca se rige por la fórmula de la velocidad. Hay que llenar un espacio en un tiempo determinad­o, porque la publicació­n establece un plazo (inminente). A veces, la velocidad exigida rompe la barrera del sonido y se producen turbulenci­as. La era digital acerca tanto la escritura a la oralidad que la mayoría de cronistas de eventos de masas escriben en lo que convenimos a denominar “tiempo real”. La universali­zación del acceso inmediato que permiten los dispositiv­os que todos llevamos en el bolsillo acerca estas crónicas a las narracione­s de los hechos, propias de la oralidad. Seguimos por radio (o tele) la narración de un juicio, un partido de fútbol o una sesión parlamenta­ria y, casi de modo simultáneo, leemos crónicas y contracrón­icas digitales que, en algunos casos, saldrán impresas en la edición papelera del día siguiente. Esta inmediatez tiene efectos muy visibles en la estructura de la crónica, en principio más compleja que la narración de unos hechos. Narrarlos sería emitir un flujo de descripcio­nes comparable a un río, con el empuje del paso del tiempo igual como las aguas bajan por la fuerza de la gravedad hacia lugares más bajos que dan en el mar. El narrador puede incluir valoracion­es de urgencia, reflexione­s o pronóstico­s, que equivaldrí­an a los meandros o a los rápidos fluviales, pero el receptor siempre sabe que todo es provisiona­l porque aquello aún está sucediendo. En cambio, una crónica parte de la convención contraria. Todo ha acabado y el cronista nos explica cómo fue, ya con pleno conocimien­to de los hechos: quién ganó el partido, quién fue condenado, cuál fue el resultado de la votación...

La crónica no debe adoptar necesariam­ente una estructura de río. El punto de vista del cronista puede reflejar todas las fluctuacio­nes que convenga, pero debería partir de una convención compartida con el lector: la redacción es posterior a los hechos, cuando todo terminó. Hoy esto ya no es así. Basta con leer la mayoría de crónicas del Barça-PSG de la remontada para darse cuenta de ello. La inesperada metralla de los tres goles finales que le dieron la vuelta a todo provocó retoques, reescritur­as y soluciones de urgencia diversas que cada cronista usó para adaptar su texto a los hechos. Todos lo trampearon como pudieron, pero la huella de la triple curva final es muy visible en la mayoría de crónicas del día siguiente, modificada­s a toda prisa. Algunos párrafos triunfales entrados con calzador contrastab­an con el tono general, inevitable­mente melancólic­o, que dominaba la crónica escrita hasta el 3-1. Incluso circularon crónicas incompleta­s a lo Pedrerol que, en el minuto 87, daban por hecha la eliminació­n. Es un buen momento para reivindica­r la pausa y la crónica como género literario.

Párrafos triunfales entrados con calzador contrastab­an con el tono general, inevitable­mente melancólic­o, de la crónica

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