La Vanguardia

Domingo de Dudamel

El público despide al director venezolano con grandes aplausos para animarle en su ascensión al Everest del Beethoven integral

- Maricel Chavarría

Las matinales en el Palau de la Música parecían una fórmula del pasado hasta que ayer Gustavo Dudamel se subió al podio con sus colegas de la Orquesta Simón Bolívar para perpetrar a plena luz del día una pequeña revolución de alma. Y todo ello a cuenta de Beethoven.

Bajo los efectos irisados de las vidrieras modernista­s de la sala, el de ayer fue un domingo de liberación en el Palau. Domingo de Dudamel, más bien, jaleado como estuvo el director venezolano por el público que abarrotaba la sala. Se le despidió con seis minutos de aplausos y el público puesto en pie, como animándole en su ascensión al Everest del Beethoven integral.

Y es que desde el primer acorde –disonante– de la Sinfonía núm. 1, el compositor que derrocó el antiguo régimen musical deja claro sus principios revolucion­arios. Como poco puede decirse de Beethoven que no se haya dicho, cabe suponer que el público que abarrotaba ayer la sala venía por la energía de Dudamel. Beethoven es un valor seguro, pero del que a veces se abusa. Y en su integral de sinfonías no se habría adentrado gran parte de la audiencia si no fuera con la esperanza de una renovada mirada que descubra algo de ellas y las convierta en un maná del siglo XXI. Si la integral llegara de la mano de otro director, el Palau tendría motivos para estar inquieto con las diez mil entradas de los cinco conciertos puestas a la venta. La última vez que la sala se lanzó a la aventura con este ciclo fue en 1981, y pinchó con estrépito pese a que en el podio estuvo Barenboim con la Orquesta de París.

La idea de alternar oberturas y sinfonías –Egmont antes de la 1ª, Coriolano antes de la 2ª– aportó un contraste en esta visita al ciclo por orden cronológic­o, pues esas oberturas son obras de madurez, mientras que las sinfonías las comenzó Beethoven cuando tenía 30 años.

Y todo en manos de Dudamel y su equipo, con el que asegura el maestro, funcionan de manera muy democrátic­a. “Depende de todos. No me siento el hacedor único de esto. Es un trabajo de equipo maravillos­o y mágico con mis hermanos y hermanas de la Simón Bolívar”, afirma el titular de la Filarmónic­a de Los Ángeles. Hermanas pocas, eso sí.

Pero sí: en los conciertos de ayer (por la tarde sonaron las sinfonías núm. 3 y 4 y las escuchó desde el palco de artistas su novia, la actriz María Valverde), se adivinó un crescendo digno de la energía dudamelian­a pese a que estos días realiza una verdadera maratón, un esfuerzo físico descomunal: sólo ayer, ensayaba a las diez, dirigía a las doce, ensayaba de nuevo a las cuatro y dirigía otra vez a las siete.Una energía acaso fruto de la esquizofre­nia de andar del lujo de Hollywood –el hombre ha triplicado los asistentes a la Hollywood Bowl– al proyecto social y cultural del Sistema de Venezuela. De momento, Dudamel ya se muestra capaz de “crear una cultura a través del genio de Beethoven”. Sí se puede.

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ANTONI BOFILL Gustavo Dudamel dirigiendo la Orquesta Simón Bolívar ayer por la mañana en el Palau de la Música
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