Un dilema veneciano
LA primera comedia de William Shakespeare fue El
mercader de Venecia, una compleja historia sobre un usurero vengativo (Shylock) y una mujer cautivada (Porcia). La trama se centra en un joven, Bassanio, que ha malgastado su fortuna y pretende a la rica huérfana Porcia. Como no tiene los 3.000 ducados que necesita para enamorarla, se los pide a Antonio, el mercader de Venecia, que tampoco dispone de tal cantidad por haber invertido en unos barcos para comerciar. A fin de ayudar a su amigo, solicita un préstamo al usurero, que le hace firmar ante notario que, si no paga las sumas convenidas, deberá aportar una libra de carne de su cuerpo. Todo parece ir bien hasta que las embarcaciones naufragan y vence el plazo sin que el mercader pueda afrontar su deuda, así que el prestamista acude al Dux de Venecia para exigir que se cumpla lo convenido: quiere su libra de carne para cebar a los peces y alimentar su venganza. Entonces se asiste a un intenso debate entre los personajes donde se plantea que una aplicación rigurosa del derecho puede comportar una gran injusticia, pero, al mismo tiempo, se valora que, si el Dux no hace cumplir la ley, la república perderá su bien más preciado: la seguridad jurídica.
La sentencia que condena a dos años de inhabilitación a Artur Mas, a 21 meses a Joana Ortega y a 18 meses a Irene Rigau por el proceso participativo del 9-N no encaja con la definición que hizo de la jornada Mariano Rajoy, quien al día siguiente concluyó que no había sido una consulta, sino una farsa y un acto de propaganda. Pero también es cierto que el TC suspendió cautelarmente la convocatoria que se celebró. Al final, el TSJC ha impuesto condenas mínimas, pues sólo ha tenido en cuenta el delito de desobediencia y ha descartado la prevaricación. De todos modos, inhabilitar a un expresident y a dos de los miembros de su gobierno incomoda a muchos catalanes. Como en el dilema de Venecia, lo legal no es visto necesariamente como lo más justo.