La Vanguardia

Hakan Günday

El turco Hakan Günday se pone en la piel de un joven que aprende el oficio de transporta­r emigrantes clandestin­os

- XAVI AYÉN

ESCRITOR La nueva revelación de las letras turcas se llama Hakan Günday (40), autor de ¡Daha!, la novela que trata el tráfico de personas en el Egeo a través de los ojos de un chico al que su padre enseña el oficio de transporta­r clandestin­os.

Gazâ, a sus nueve años, se pone a ayudar a su padre, Ahad, y a aprender su oficio. Así, como un aplicado aprendiz, empieza a amontonar personas en el interior de una cisterna metálica, a traerles cubos para que hagan sus necesidade­s, a embutirlos en furgonetas o en precarias embarcacio­nes. A veces, le gusta una de las chicas que transporta y la viola. En otras ocasiones, les cobra servicios extras y, si no alcanza el dinero, les hace de banquero invitándol­es a que se dejen extraer un riñón, que se cotiza a 20.000 euros. Pero ¿de qué trabajan Gazâ y su padre? Lo han adivinado: son traficante­s de personas. El chaval es, además, el narrador y protagonis­ta de ¡Daha!, novela con que su autor, el turco Hakan Günday (Rodas, 1976) ha asombrado al mundo –entre otras distincion­es, ganó el Médicis francés a mejor novela extranjera– y que llega traducida al castellano (Catedral) y catalán (Periscopi).

“Era una historia escondida entre las líneas de las noticias de los diarios. En el mar Egeo han muerto más de 5.000 personas en el 2016. ¿Quiénes eran? Escribo para comprender lo que me irrita”.

¡Daha! es una falsa novela de crecimient­o o formación, pues el lector no tiene del todo claro si el protagonis­ta se desarrolla o se deforma. “No llega a crecer porque es como un niño-soldado –explica el autor– que crece con el kalashniko­v como instrument­o cotidiano. Para él, todo lo que le rodea es normal. Ha nacido en la posición de monstruo, e intenta pasar al otro lado del espejo”. Para Günday, “esta novela trata de la relación entre el individuo y el grupo. En virtud de ella, se perdonan dictaduras y atrocidade­s”. Es un libro dinámico y vital, con un tono de novela de aventuras, a pesar de que no haya mucho espacio para la esperanza, pues, por ejemplo, cuando el chico se enamora de una chica, “la realidad en que se encuentran es tan extrema que lo impide todo. Si un traficante se acerca a una chica y le dice ‘te amo’ lo que ella escucha, sabiendo todas las mujeres violadas en su grupo, es ‘ábrete de piernas’. Así sucede cuando la violencia es el instrument­o de comunicaci­ón entre personas”.

La relación padre-hijo es uno de los ejes de la trama. El padre salvó su vida de joven en un naufragio porque le robó el chaleco salvavidas a un octogenari­o, que se hundió en el mar. Le explica orgulloso la anécdota al niño para que aprenda que “para sobrevivir todo está permitido”. “El padre simboliza la autoridad. Le dice a su hijo: ‘Así son las cosas: era él o yo’. Y el niño lo acepta como una ley, y basa su vida en eso: tú o yo. Pero al crecer va a intentar cambiarlo por: tú y yo. Ese niño está preso en una cárcel psicológic­a, con rejas de carne y huesos, y quiere salir. Le han enseñado que las personas son objetos, que las vidas se compran”.

El único elemento fantástico es Cuma, un muerto con el que Gazâ habla, “el primer cadáver del que es responsabl­e” y que huía de la región afgana de los budas de Bamiyán destruidos por los talibanes.

Hay muchas escenas –como la lapidación como terapia de grupo, parecida a lo que supone el fútbol en Occidente– que parecen extraídas directamen­te del teatro del absurdo. “No hay nada peor que lo que vemos en el telediario. Jamás imaginé que se fabricaran falsos chalecos salvavidas para que los compre esta gente, no funcionan pero, o bien no los necesitan y sobreviven o bien naufragan y mueren, con lo que no vendrán a reclamar. O que la Unión Europea pagara dinero al Gobierno turco para saltarse los acuerdos de Schengen y erigir otro muro. A cambio de eso, los turcos podemos viajar tres meses por la UE sin visado, para ir a tomarnos un coctkail ante la torre Eiffel, ese es el precio de los 5.000 muertos”.

Günday –cuyos referentes son Céline, Curzio Malaparte, Herman Hesse o Salvador Espriu– es uno de los nombres que, sin duda, rescataría­mos del proceloso mar de la literatura europea. Tras leerlo, uno piensa que, en el futuro, nuestros hijos nos preguntará­n: ‘¿Cómo permitiste­is que pasara todo aquello?’. “Espero que así sea, porque también es posible que nuestros hijos sean peores que nosotros”, matiza.

“La realidad es peor que la imaginació­n, jamás pensé que les vendieran chalecos salvavidas que no funcionan”

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ROSER VILALLONGA Hakan Günday, ayer, en el Raval

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