Turquía frente a Europa
AUSTRIA, Alemania y Holanda han bloqueado en fechas recientes actos políticos organizados en su territorio por el régimen del presidente turco, Recep Tayyip Erdogan. El objetivo de estos actos era promover, entre las personas de origen turco residentes en dichos países, el voto afirmativo en el referéndum de reforma constitucional orquestado por Erdogan para el 16 de abril, con el deseo de ampliar sus poderes presidenciales. La negativa de esos tres países a autorizar tales actos ha suscitado conflictos diplomáticos. El más grave quizás sea el último, registrado después de que el Gobierno de Holanda –país que acudirá a las urnas mañana en un ambiente enrarecido por el candidato xenófobo Geert Wilders– negara el permiso a dos ministros turcos para dirigir sea sus compatriotas de Rotterdam. La respuesta de Erdogan fue expeditiva: tildó a Holanda de “república bananera ”, acusó a los países occidentales de fobia y de nazis moya noche mismo anunció que no permitirá el regreso a Ankarad el embajador holandés y que suspende las reuniones diplomáticas con los Países Bajos.
Llama la atención que Erdogan acuse de nazismo a democracias europeas consolidadas. Y más que lo haga cuando estas le han pedido previamente que posponga los mítines de sus ministros en territorio extranjero. Y más todavía si tenemos en cuenta que el referéndum que ha orquestado Erdogan podría permitirle aumentar sus ya importantes poderes y situarse hasta el 2029 al timón de su país (tras ser primer ministro entre el 2003 y el 2014, y previamente alcalde de Estambul entre 1994 y 1998). De ser aprobada, su reforma le autorizaría a restar atribuciones al primer ministro, convertirse en jefe del Ejecutivo además de en jefe del Estado, nombrar ministros, decidir presupuestos o declarar el estado de emergencia. En suma, le convertiría en un poder omnímodo. Es verdad que algunas democracias occidentales tienen regímenes presidencialistas. Pero también lo es que sus sistemas de controles y equilibrios impiden la deriva autoritaria. Está por ver que esto último vaya a ser posible en Turquía.
La vocación de poder absoluto de Erdogan es palpable. En su país hace y deshace, como se comprobó con el golpe de Estado del 2016, según ciertos analistas autoinducido, que aprovechó para arrestar o depurar a 140.000 personas. Turquía encarcela a periodistas muy a menudo... Así las cosas, Erdogan debe entender que en Europa se observen sus iniciativas con preocupación. Debe recordar que propiciar conflictos en Europa para movilizar en su provecho el voto nacionalista de su país puede tener efectos indeseados. Y debe reparar en que cuanto más se exceda en sus modos, más razones dará a quienes ya ven con reservas su evolución.