La Vanguardia

Ruina sin arco

- Miguel Ángel Aguilar

La sentencia dictada por el TSJC contra el expresiden­te de la Generalita­t y líder del PDECat, Artur Mas, le considera culpable de un delito de desobedien­cia por la convocator­ia y organizaci­ón de la consulta independen­tista del 9-N del 2014 y le condena a dos años de inhabilita­ción, sin haber tenido en cuenta la acumulació­n reiterada de excusas y pretextos infantiles con la que pretendía declinar toda responsabi­lidad mientras se entregaba de modo simultáneo a la retórica del heroísmo patriótico de cartón piedra. Acaba así otro capítulo de la insólita aventura de este capitán Trueno que ha logrado la hazaña inimaginab­le de reducir a escombros en tiempo récord un partido con fundamento­s tan sólidos como Convergènc­ia Democràtic­a de Catalunya.

Sabemos desde que Lavoisier enunció su ley que la materia no se crea ni se destruye, solamente se transforma. Luego la ecuación de Einstein dio otro paso al establecer la equivalenc­ia que rige entre masa y energía: E = mc2 , donde

E es la energía, m es la masa y c es la velocidad de la luz (300.000 kilómetros por segundo). Como no hay energía detectable debemos circunscri­birnos a considerar la naturaleza de los escombros para averiguar si son informes o tienen la valiosa condición de ruina. En aras de esa indagación, un buen amigo periodista recomendab­a ayer en su telegrama del informativ­o Hora 14 de la Ser al presidente Mas que se aplicara a la atenta lectura del libro de Jean-Yves Jouannais El uso de las ruinas. Retratos obsidional­es, que acaba de aparecer en la editorial Acantilado, y que reflexiona sobre la manera en que una obsesión puede sitiar a un espíritu, ya que el individuo objeto de una obsesión está sitiado igual que puede estarlo una ciudad.

A las ruinas sólo se les rinde culto cuando lo han merecido, como las del circo romano o las de la catedral de Coventry tras su bombardeo el 14 de noviembre de 1940 por la Luftwaffe alemana. Los vencedores respetan las ruinas que ellos mismos causaron igual que, conforme a las leyes y usos de la guerra, honran al enemigo vencido que ha combatido lealmente. Pero, en otro caso, se esfuerzan por borrar hasta el vestigio más insignific­ante. Veremos si esa es la suerte de Convergènc­ia.

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