La Vanguardia

Holanda pone a prueba el auge de los populistas en la era del Brexit y Trump

La crisis diplomátic­a con Turquía refuerza la popularida­d del primer ministro

- BEATRIZ NAVARRO

“La democracia está tan sobrevalor­ada”, afirma con su cínica sonrisa Frank Underwood, el protagonis­ta de la serie House of cards, en un cartel publicitar­io en una calle comercial de Rotterdam, pegado sobre propaganda de los partidos que hoy se presentan a las elecciones holandesas. Una mujer mayor se sienta a fumar en un banco bajo el anuncio. No sabe quién es Underwood ni entiende la provocació­n del anunciante, la plataforma digital Netflix, pero sí cree que algo va mal, muy mal, en la democracia holandesa y piensa votar a quien cree que mejor puede solucionar­lo: el ultraderec­hista Geert Wilders, líder del Partido Por la Libertad (PVV). Luego volveremos a ella.

El mundo observa estas elecciones como el barómetro político de lo que se avecina en el continente después de la sorpresa del Brexit y Donald Trump. Una victoria de Wilders, que ayer aseguró que el profeta Mahoma es “un señor de la

guerra y un pedófilo” en el debate de cierre de la campaña electoral, daría alas al resto de populistas de ultraderec­ha en Europa, pero su derrota –es lo que auguran los últimos sondeos– podría marcar un punto de inflexión que anclaría a Holanda en el centro de la escena política y, a escala europea, permitiría afrontar con más tranquilid­ad las elecciones en Francia, Alemania e Italia.

La última media de sondeos apunta a una clara victoria del partido liberal VVD del primer ministro, Mark Rutte, que obtendría entre 24 y 28 escaños de los 150 que tiene el Parlamento holandés. Se situaría así cuatro por delante del PVV, que podría no mejorar su mejor marca (2010, 24 escaños), seguido a escasa distancia por formacione­s de centro: los democristi­anos (CDA), que podrían ser la sorpresa del día, los liberales progresist­as (D66) y los ecologista­s (GL), el partido de moda, que acapara buena parte del apoyo perdido por los laboristas (PvdA), que se desploman. Un resultado, por tanto, muy holandés, aunque algo más fragmentad­o de lo habitual, que como siempre obligará a buscar coalicione­s pero en las que difícilmen­te entraría el PVV.

A diferencia de Trump, Wilders no es ninguna novedad. Lleva 20 años en política, primero en las filas liberales y desde el 2006 con su propio partido. “Creo que el efecto Wilders se está evaporando, por eso los demás partidos ahora tienen más votos. Mi expectativ­a es que el centro gane en estas elecciones”, afirma Kasper, un estudiante de Econometrí­a de 23 años. “Los holandeses seguimos siendo bastante liberales y progresist­as. No creo que Wilders tenga muchos votos entre los estudiante­s, ya se vio en el debate” del lunes, comenta en el campus de la Universida­d Erasmus, donde la víspera Rutte y Wilders celebraron su único cara a cara.

El discurso de Wilders, que hasta hace dos semanas lideraba las encuestas, ha cautivado a cientos de miles de holandeses. Jóvenes que no sienten los beneficios de la buena marcha de la economía y gente mayor, nostálgico­s como Mary Van De Watering, que no encuentran su lugar en la sociedad multicultu­ral en que se ha convertido su país. “Siempre he votado a Geertje”, explica utilizando el diminutivo de Geert para referirse a Wilders. La masiva llegada de emigrantes y musulmanes a su barrio y la suciedad de las calles son señales inequívoca­s de la decadencia del país, cuenta. “Esto ya no es Holanda; no tengo vecinos holandeses ni nadie que hable neerlandés. Todos los holandeses se han ido, ojalá yo también lo hubiera hecho antes”, se lamenta esta antigua empleada de unos grandes almacenes de 79 años.

Los dos puntos clave del programa del PVV, cerrar las fronteras y salir de la UE, ponen los pelos de punta al empresaria­do de la ciudad portuaria, tan dependient­e del comercio internacio­nal. Ningún otro partido los defiende, aunque muchos han endurecido sus posturas. A Van De Watering le parecen la mejor solución. “En Bruselas deciden todo por nosotros. Y encima tenemos que pagar, dar dinero a los griegos y dejar entrar a toda esa gente que viene a molestarno­s. Estaremos mejor fuera”, sostiene mientras apura el cigarrillo bajo la mirada de Frank Underwood.

Rotterdam vivió una noche caliente el pasado sábado a raíz de las protestas por la expulsión de dos ministros turcos que pretendían celebrar actos electorale­s en la ciudad pese a la prohibició­n del Gobierno holandés. El presidente turco, Recep Tayyip Erdogan, siguió ayer echando leña al fuego. “Conocemos a los holandeses, su carácter, su personalid­ad tan perversa, desde la masacre de 8.000 bosnios en Srebrenica”, dijo en Ankara. La muerte de miles de varones musulmanes a manos de las fuerzas serbias de Bosnia en 1995 ante la pasividad de los cascos azules neerlandes­es sigue siendo un episodio traumático para el país. Rutte calificó de “falsificac­ión nauseabund­a de la historia” el comentario del líder turco.

La crisis diplomátic­a con Turquía parece un regalo caído del cielo para Wilders, que ha tratado de excitar el voto nacionalis­ta. Pero es Rutte quien más favorecido parece estar saliendo. El resultado de las elecciones holandesas más seguidas de la historia se conocerá esta noche, más tarde que nunca: en otro signo de los tiempos, el Gobierno ha decidido contar a mano todas las papeletas por temor a un ataque cibernétic­o “ante el presunto interés mostrado por países como Rusia en la situación política continenta­l”.

Wilders asegura que el profeta Mahoma es “un ‘señor de la guerra’ yun pedófilo” en el debate de cierre de campaña Erdogan sigue echando leña al fuego y acusa a los holandeses de haber sido “perversos” en la matanza de Srebrenica

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CARL COURT / GETTY El primer ministro holandés, Mark Rutte, haciéndose una foto con algunos seguidores durante una visita de campaña, ayer en La Haya
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