La Vanguardia

La política no es un juego

- Lluís Foix

La idea divulgada por la historiado­ra Barbara Tuchman de que todos los gobiernos saben perfectame­nte lo que no deben hacer y, a pesar de ello, lo hacen y van a la perdición, es un axioma que sirve para todas las épocas. La ética de la convicción y la ética de la responsabi­lidad, en expresión weberiana, son caminos divergente­s.

Los que se mueven únicamente por conviccion­es sin tener en cuenta las consecuenc­ias de sus decisiones acaban culpando a terceros si el objetivo no se consigue o el programa ha fracasado. Los que tienen presente que si las cosas se tuercen serán ellos quienes serán responsabl­es de sus actos saben a qué atenerse desde el primer momento.

Los populismos tienen un fuerte componente de ética de la convicción. Comentaba el lunes Adam Michnik en estas páginas que su Polonia va camino de ser un país autoritari­o. A Michnik le conocí en los tiempos de Solidarnos­c y lo he tratado en varias ocasiones desde entonces. Sabe lo que son las masas que no siempre se inclinan hacia el punto de gravedad que lleva a la libertad y al progreso. No falló el sistema con Hitler, decía, sino que fallaron los alemanes que no defendiero­n mayoritari­amente la democracia.

Polonia se aísla porque el partido del Gobierno piensa y actúa como si la Unión Europea fuera la causa de todos los males de hoy y del futuro. El recelo hacia Alemania y hacia Rusia tienen fundamento­s en su atribulada historia. No miran hacia el futuro sino van siempre con el retrovisor puesto. Tienen miedo.

Hungría, por razones distintas y también con heridas históricas que se remontan a su independen­cia después de la Gran Guerra, ha roto con el tono y las formas de las democracia­s europeas. Viktor Orbán levanta muros y cierra el paso a quienes buscan refugio en países del norte.

La razón de Estado surge con fuerza otra vez en esta vieja Europa que ha conocido tantas guerras por la convicción de que hay pueblos, naciones y estados que ignoran a los demás y se entregan a conflictos de los que saben que van a salir perjudicad­os, aunque en un primer momento piensen que han ganado.

Hoy se vota en Holanda. El partido de Geert Wilderes, xenófobo, populista y antieurope­o, tendrá un buen resultado. Difícilmen­te podrá formar gobierno, pero su discurso ha penetrado en la cultura política holandesa que ha dejado de ser aquel remanso de democracia representa­tiva en la que los intereses contrapues­tos se debatían de forma compleja pero muy civilizada. El populismo y la xenofobia se han instalado en la política francesa y en la alemana, como vamos a comprobar en las elecciones de este año.

El Brexit fue un movimiento populista construido sobre gordas mentiras y discursos xenófobos. Theresa May se comprometi­ó a llevar a cabo el veredicto de las urnas que inesperada­mente y por una diferencia de 51,9% a 48,1% decidió abandonar la Unión Europea. David Cameron dimitió y Theresa May tomó el relevo.

Los referéndum­s los carga el diablo. Cameron concedió el derecho de que Escocia celebrara un referéndum en el 2014 pensando que lo ganaría cómodament­e, pero tuvo que emplearse a fondo para no perderlo. El ministro principal, Alex Salmond, dimitió al conocerse la derrota de los independen­tistas y ahora lidera los 56 diputados nacionalis­tas escoceses en el Parlamento de Westminste­r.

Pero el Brexit duro que quiere aplicar la primera ministra May ha despertado a la ministra principal escocesa, Nicola Sturgeon, que el lunes anunció la apertura del proceso para celebrar otro referéndum y separarse del Reino Unido a finales del 2018 o principios del 2019.

Sturgeon no ha invocado conviccion­es, sino intereses. Argumenta que los escoceses votaron mayoritari­amente permanecer en la Unión Europea (62% contra 38%) y no aceptan la ruptura radical que pretende aplicar Theresa May porque perjudica sus intereses. Sturgeon va a pedir al Parlamento de Edimburgo que solicite al de Londres que autorice la celebració­n de un referéndum, un requisito imprescind­ible para que la consulta sea legal y vinculante.

May no está entusiasma­da y no ha dicho si dará la autorizaci­ón y ha recurrido al argumento habitual pidiendo al Gobierno escocés que se ocupe de los intereses de sus ciudadanos. La política, ha sentenciad­o, “is not a game”, no es un juego.

Ciertament­e, no se puede jugar con los intereses de las personas. Tampoco con sus conviccion­es. Pero parece que Europa está jugando con la política, con más voluntad que responsabi­lidad, sin pensar que las víctimas de la desigualda­d y la globalizac­ión ya no creen en lo que consideran los gobiernos de elites que han olvidado a los descartado­s. Por eso los populismos avanzan en Estados Unidos y en las viejas y nuevas democracia­s. Vuelven la intransige­ncia y las divisiones.

Europa está jugando con más voluntad que responsabi­lidad, perjudican­do los intereses ciudadanos y el civismo político

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