La Vanguardia

‘El Padrino’ cumple 45 años

- Joaquín Luna

Hoy hace 45 años, El Padrino fue estrenada en Nueva York. Supongo que en estos casos correspond­e decir: es “un antes y un después”, frase comodín para bautizos, bodas, divorcios y funerales. Hay un antes y un después de El Padrino: la manera de matar en el cine. Asesinar al cuñado, al amante de tu esposa o al linier del campo del Baronense en una película era relativame­nte sencillo. Un tiro de lejos, una lata de berberecho­s caducada o una pedrada y la víctima se desplomaba con algún que otro aspaviento pero sin gestos de dolor realistas.

Con El Padrino cambió el asunto. Por fin, el espectador se emocionaba con el acto de matar al prójimo, elevado por Ford Coppola a categoría artesanal, esa que hoy tanto se lleva para vender cucuruchos de helado, barras de pan y justificar mercados medievales de playa y chichinabo.

De repente, el espectador se dio cuenta de que no todo el mundo sirve para asesinar. Ya no era suficiente con tener un motivo saludable, se requería también oficio, maña y obedecer unas normas, transmitid­as de generación en generación. Elevar, en suma, el acto de matar a categoría cinematogr­áfica.

El Padrino consiguió mucho éxito y, en mi caso, un gran impacto. Aunque ya soñaba con el periodismo, no descartaba la posibilida­d de ser un mafioso de la escuela italo-neoyorquin­a, especialid­ad profesiona­l poco conocida en nuestro país y con porvenir, como ya anticipaba el caso Reace o Redondela de ese mismo año. Un fraude con desaparici­ón de cuatro millones de litros de aceite en Galicia y seis muertes extrañas: un socio mayoritari­o “se asfixia por gas” en la ducha de la prisión, el denunciant­e, su esposa y su hija muertos a tiros y, finalmente, un taxista y un empresario vigués.

Junto a las películas de Sam Peckinpah, El Padrino te hacía sentir cómplice de todos los asesinatos. Nadie se levantaba de la butaca para exclamar:

–¿Y no podrían matar a este buen hombre en un duelo de pistoleros y no clavándole un cuchillo en la mano?

No, el público se quedaba petrificad­o y no decía ni mu.

Las muertes relevantes tenían un ritmo sádico que asqueaba –o no– al espectador, secuestrad­o por la trama y obligado a ejercer de testigo de cargo aunque nadie saliese de la sala apuntando a Marlon Brando, el asesino de asesinos. Yo creo que este cargarle el mochuelo al subordinad­o tiene actualidad y sólo hay que ver los banquillos de acusados. Siempre falta Marlon Brando... Los imitadores de Ford Coppola no se han quedado cortos y han incorporad­o la tecnología doméstica, como las motosierra­s, los rifles con miras telescópic­as –previo enfoque angustioso– e incluso modestos destornill­adores a la yugular (Tarde para la ira).

Es curioso: nadie pide en nombre de la corrección que la gente muera en el cine sin dolor y sin dar ideas.

Hay un antes y un después –la forma de matar en el cine– y algo actual: nadie juzga a Marlon Brando

 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain