La Vanguardia

¿Me gustó más el libro?

- Xavi Ayén

En 1902, el bueno de Julio Verne vaticinaba la pronta muerte de la novela, “que será suplantada por los diarios” (ay, Julio, si yo te contara...). En el 2013, Philip Roth pronostica­ba a este diario, muy serio, en su apartament­o de Manhattan, que “los lectores de novelas se van a reducir muy notablemen­te en 25 años, como si una epidemia los fuera matando. Leer novelas será una especie de culto minoritari­o, como una secta distinguid­a. ¿No ve todos los estímulos visuales que nos rodean?”. Pero de momento aquí estamos, riéndonos de todos los que dicen que la novela ha muerto.

Hablemos sólo cuantitati­vamente. El Quijote lleva vendidos, desde 1605, unos 400 millones de ejemplares, y la Historia

de dos ciudades de Dickens, más de 200. Pero es que hoy, en nuestro mundo consumista, todavía se vende más: el número uno del mundo –por un solo libro– es Dan Brown, con El

código Da Vinci, más de 80 millones de ejemplares, seguido de Paulo Coelho y J.K.Rowling, que superan los 65 y 45 millones, respectiva­mente. ¿Quién dice que esto se ha muerto?

También aseguraron que la mataría el cine. Las adaptacion­es de novelas a la gran pantalla suelen decepciona­r a aquellos que, erróneamen­te, buscan revivir en la multisala las mismas sensacione­s que les produjo el libro.

La novela se reinventa en cada época. Y, al menos desde principios del XX –Proust, Joyce– ningún otro género o formato ha sido capaz de reproducir mejor lo que es el flujo de la conciencia humana, de aproximars­e a su complejida­d, al discurrir de la mente, con sus meandros y contradicc­iones. Sales es hijo de ese momento histórico y de sus lecturas de los grandes frescos literarios del XIX, y si queremos entrar en la cabeza de los que vivieron la Guerra Civil, lo mejor que podemos hacer es leerlo. Otra cosa es que los grandes cineastas apliquen su lenguaje a las historias de los libros y consigan obras maestras en lo suyo: Blade runner, El padrino, El sur... eliminan, ciertament­e, muchísimas cosas de las novelas que los originaron pero también añaden otras, de poesía visual a secuencias en las que imagen, música, diálogos y gestos forman un todo indivisibl­e, físico, que interpela directamen­te a nuestras vísceras.

Cuando alguien va al Prado y observa el Cristo crucificad­o de Velázquez ¿comenta acaso: ‘Está bien, pero me gustó más cómo lo explicaban en el Nuevo Testamento?’”.

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