La Vanguardia

Aquel niño es un señor

- Sergio Heredia

Tengo siete sobrinos. Carlitos es el mayor de ellos. Le llamo Carlitos, aunque ya debería ser Carlos. Ya tiene 18. El problema es que se llama como su padre, e incluso como sus dos abuelos y otro de sus tíos.

Y no hay solución. Ni siquiera la opción de ponerle Carlos V, fórmula que alguno había manejado. Casi peor... Carlitos seguirá siendo Carlitos. Me acordaba de Carlitos el otro día, mientras cogía en brazos a Carla, que es la menor de mis sobrinos. Carla tiene un año y medio. Cargué a la niña, la llevé hasta la ventana y la puse a mirar los coches que circulaban por la calzada, ahí abajo. –Carla, mira ese coche rojo. –Y ese señor que va fumando. –Mira esa pareja que se besa. Y la niña iba de un lado a otro, siguiendo las escenas.

En el año 2000, Carlitos hacía lo mismo: en mis brazos, seguía los coches y observaba a las parejas que se besaban. También lo hacía Pablo, su hermano. Y los sobrinos que vinieron detrás, incluida Julia, que es mi hija y que a veces me pregunta:

–Todo esto que vemos ¿es una película, papi? Arregla eso... Carlitos ya es más alto y más fuerte que yo, y en septiembre se fue a Inglaterra, a jugar al fútbol. Le ficharon los juveniles del Milton Keynes, cuyo primer equipo milita en la tercera categoría del fútbol inglés. Es un interior zurdo. Corre muy rápido y le pega tan fuerte a la pelota que prefiero apartarme si la veo venir.

La gente del Milton Keynes le paga un sueldo interesant­e y con eso se cubre la estancia, la comida e incluso las clases de conducir.

Mi sobrino Carlitos emigró al fútbol inglés: ha aprendido a cocinar, maneja sus finanzas y lidia con la soledad

Se sacará el carnet circulando por la izquierda.

Carlitos vive el fútbol con pasión. Es un tipo afortunado. Su sueño inglés se ha convertido en una realidad. No queda claro qué ocurrirá en su futuro futbolísti­co, pero el presente ha acelerado su proceso de madurez. Ha aprendido a cocinar, maneja sus finanzas y lidia con la soledad. Inglaterra es fría y oscura en el invierno.

El otro día, Carlitos y Julia, mi hija, conversaba­n por Skype. Llevaban días sin verse las caras, así que intercambi­aron un par de ideas. Julia le enseñaba su bonito jersey dorado.

–Te lo escogí yo –le recordaba Carlitos.

Por la noche, Julia me contó que había conversado con Carlitos. Me dijo: –¡Le están creciendo la barba y el bigote!

Cuando Carlitos vuelva, le pediré que me coja en brazos y me lleve a mirar los coches que pasan por la calzada y las parejas que se besan.

Ya es un señor.

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