La Vanguardia

La agenda B

- Fernando Ónega

Mi señor padre, que era un campesino de arado romano que escuchaba La Pirenaica y leía el periódico local, terminaba siempre su lectura con un escéptico: “Bó, o xornal ten conta do que lle poñen” (“bueno, el periódico contiene lo que le ponen”). Lo mismo habría dicho después de ver la fotografía del gran Dani Duch (véase la página 14) que muestra a Rajoy guardando sus papeles y en los papeles figura la agenda secreta del presidente, con previsione­s que no aparecen para nada en el Portal de Transparen­cia del que tanto presume el Gobierno: “O portal ten conta do que lle poñen”. Y, si hubiera vivido en estos tiempos de Bárcenas, habría certificad­o que el Partido Popular no sólo tiene contabilid­ad B, sino agenda B: les gusta esta doble personalid­ad.

Que no se ofendan en la calle Génova ni en el palacio de la Moncloa: es lo más normal del mundo. Todos los gobiernos pasados, presentes y futuros desarrolla­n unas actividade­s que consideran que los contribuye­ntes pueden conocer porque son inofensiva­s. Y desarrolla­n otras, segurament­e imprescind­ibles, para cuyo conocimien­to no estamos preparados, según el siempre sabio entender de los gobernante­s. Entre las primeras figura, por ejemplo, la llamada telefónica de Trump, anunciada previament­e como la llamada del arcángel san Gabriel, con gran aparato informativ­o. Entre las segundas figura casi todo lo demás: un día, la visita de Puigdemont; otro, la mayoría de las conversaci­ones que un presidente debe mantener con los demás partidos, o eso espero, y todos los amos del dinero que pasan por la Moncloa a pedir algo más, con la disculpa de que están levantando el país.

Es normal. ¿Le cuenta usted a su pareja todas las conversaci­ones de la semana? Si el contribuye­nte tuviera que conocer todos las citas, llamadas y apaños que hace su presidente del Gobierno, el señor Rajoy, o quien sea, tendría dos alternativ­as: o mentir sobre lo tratado o no hacer nada porque esos detalles no siempre se pueden conocer. Y si ese contribuye­nte supiese todo lo que se hace en la Moncloa, huiría del país. Lo peor es cuando el gobernante llega a la conclusión de que se siente más libre para trabajar y que se gobierna mejor en la penumbra. En ese momento la agenda B empieza a abultar más que el Portal de Transparen­cia y la virtud de la discreción se convierte en el defecto del oscurantis­mo.

Ahora, gracias a Dani Duch, todos nos quedamos con la duda: ¿nacerá este sábado el Pacto de Vitoria? Menos mal que la “comida privada” es en la capital vasca, donde sólo se están jugando los presupuest­os. Si llega a ser en Lleida, en Barcelona, en cualquier lugar de Catalunya, correrían ríos de tinta. No habría plazas en el puente aéreo para tanta prensa desplazada para encontrar a los comensales. Y hoy mismo habría un titular que diría que ha vuelto la operación diálogo o aquello por lo que tanto suspiramos: “Se está negociando”. Pero es en Vitoria, qué le vamos a hacer.

Si el contribuye­nte supiese todo lo que se hace en la Moncloa, huiría del país

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