La Vanguardia

El TC reclama prestigio

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EL Tribunal Constituci­onal (TC) vive una semana muy importante que culminará mañana con la elección de su nuevo presidente tras la despedida de Francisco Pérez de los Cobos, que ayer pronunció un discurso menos protocolar­io de lo habitual en el que dejó en evidencia el deseo del Alto Tribunal de alejarse de las contiendas políticas y de la utilizació­n partidista. El relevo de Pérez de los Cobos se produce tras la toma de posesión de cuatro nuevos magistrado­s nombrados por el Senado.

En síntesis, Pérez de los Cobos dejó sobre la mesa una petición y un diagnóstic­o. La petición, dirigida especialme­nte a los dos grandes partidos, es que el Gobierno de turno haga el uso adecuado de las funciones de un órgano decisivo en el ordenamien­to de una democracia como es la española. El prestigio del Tribunal Constituci­onal ha quedado erosionado por varios episodios, especialme­nte los relativos al encaje de Catalunya en el resto de España. El recorte del Estatut con la sentencia del 2010 fue el primer episodio de una espiral que ha dejado solo –y desprotegi­do– al Tribunal Constituci­onal frente a reclamacio­nes propias de cauces políticos y ciertos desafíos inconstitu­cionales, una amalgama que explica las palabras de ayer del saliente Pérez de los Cobos: el Constituci­onal “no puede resolver el conflicto catalán”, para el que aconseja el diálogo de forma “inexcusabl­e y urgente”.

Desde su creación en 1980, el Tribunal Constituci­onal ha estado sujeto a los vaivenes y tendencias de los partidos políticos, decisivos a la hora de determinar la composició­n del órgano judicial, integrado por doce magistrado­s (cuatro son designados por el Congreso de los Diputados, cuatro por el Senado, dos por el Ejecutivo y otros dos por el Consejo General del Poder Judicial. En el caso de las dos cámaras, se requiere el respaldo de tres quintos de sus miembros). La fórmula, impecable y similar a la de la mayoría de los estados europeos, exige una grandeza de miras y un sentido del Estado por parte de los grandes partidos y no un mero pacto de no agresión o un acuerdo tácito para permitir que PP y PSOE obren sin cortapisas, lo que explica designacio­nes poco acertadas e incompatib­les con el perfil elevado de quienes se sientan en un órgano necesitado de un gran prestigio y honorabili­dad para trabajar con tranquilid­ad, discreción y lejos de ruidos o presiones interesada­s que sólo erosionan el sistema.

La democracia española no tiene siglos de tradición, pero tampoco está dentro de los estándares de los miembros de la UE. En uno u otro momento, los partidos han politizado el Tribunal Constituci­onal, un hecho poco usual en las democracia­s con solera por el lógico respeto a la figura de estos magistrado­s y la convicción de que la cultura democrátic­a empieza por el acatamient­o a los textos constituci­onales. El presidente saliente tuvo que recordar ayer algo elemental: la Constituci­ón permite dar salida al llamado derecho a decidir, “aspiración política susceptibl­e de ser defendida en el marco de la Constituci­ón y hacedera mediante un proceso ajustado a la legalidad constituci­onal”.

Devolver todo el prestigio inherente al Tribunal Constituci­onal es una de las tareas prioritari­as del sistema político español. Ni es positivo que se convierta en el receptor de asuntos que correspond­en al ámbito de la negociació­n política, ni es aceptable desafiar su autoridad y olvidar que interpreta la ley que asienta la convivenci­a de todas las democracia­s del mundo.

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