La Vanguardia

El precio de no actuar

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El mundo erudito habla de economía circular o responsabi­lidad

ampliada del productor y teoriza sobre la gestión de los residuos. Pero los vertederos ilegales dibujan una España que apenas ha superado lo que hacían los romanos. El fallo judicial debería sacar los colores a las administra­ciones implicadas. Hay un abismo entre la maquinaria europea para aprobar directivas sobre manejo de desechos y la acción local o autonómica (responsabl­e de la competenci­a), sin que la Administra­ción central sea capaz de transmitir­les el peso de responsabi­lidad. Si usted incumple la ley, cuídese; si un municipio o una autonomía maneja mal la basura, no tendrán sanción.

Los vertederos ilegales incumplían las normas técnicas europeas (sin impermeabi­lización, sellado o restauraci­ón). Es una evidencia más de una España de dos velocidade­s. Mientras País Vasco, Catalunya o Navarra no tienen vertederos clandestin­os (los impuestos de sus ciudadanos financian estas instalacio­nes), Murcia, Andalucía o Canarias, entre otras autonomías, no cumplen los mínimos y han preferido tapar la porquería bajo la alfombra soñando con el coste cero.

Y habrá más incumplimi­entos. La directiva de vertederos exigía reducir un 65% los desperdici­os biodegrada­bles que van a vertedero en el 2016 respecto a 1995 (para evitar fermentaci­ón, olores, impactos...). Pero no se ha logrado esa meta. Para alcanzarla, se requería implantar la recogida de la materia orgánica, un sistema desconocid­o en muchas comunidade­s; o, al menos, pasar la fracción resto por un tratamient­o previo y evitar la fermentaci­ón de los desechos. Pero es práctica común hacer el vertido directo. La mala gestión de los residuos debería salir más cara.

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Antonio Cerrillo

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