TRAS LOS VESTIGIOS

Las ciudades, las grandes ciudades, acumulan por doquier huellas del pasado; buena parte de ellas pasan inadvertidas y no sólo por haber sido ocultadas por un crecimiento en altura. Vayan algunos ejemplos, que confirman un abanico de lo más variado. El lago de la Foixarda disimula con encanto su ayer de cantera. El volumen pétreo que asoma en el centro del portal de monasterio de Pedralbes es quizá la punta de un menhir enterrado. El acueducto verdadero es el que se alinea en el muro de la plaza Vuit de Març, que no el cacho idealizado en la plaza Nova. Mientras resulta relativamente fácil dar con el camino antiguo de Horta o la emergencia discontinua del Rec Comtal, hay que ver lo ocultas que permanecen algunas huellas del Call: unos baños que pasaron por árabes, piedras nobles del cementerio de Montjuïc que, reutilizadas, exhiben aún grafía hebrea, y es menester palpar una jamba para descubrir el hueco de la mezuzá que contenía un pergamino con la plegaria. Los murales eróticos de Feliu Elias que tal vez aún enriquecen los muros del no tan ruinoso Arnau. En fin, todo un cúmulo de sorpresas rescatadas por Enric H. March en su investigación tan estimulante sobre su ciudad: Barcelona ciutat de vestigis.