Fandangos y granaínas
El mal que el franquismo le hizo al flamenco fue terrible. Por un lado, un campaneo constante para convertirlo en una de las esencias de la patria. Paralelamente, una desnaturalización implacable, mezclándolo con la copla y la zarzuela para perpetuar el género de la ópera flamenca. En mi memoria infantil lo asocio con los falsetes de Juanito Valderrama y con el rizo en la frente de Estrellita Castro. Esta imagen pesaba tanto que, en el momento de la transición, me costó borrarla de la cabeza. No conecté ni con Manuel Gerena, que era una especie de cantaor de protesta, ni con Lole y Manuel, con su aura de flamencos hippies. Camarón es espectacular, pero empieza y acaba en sí mismo. No sé si se puede entrar en los clásicos del flamenco por Camarón.
Puedo contar cómo se disparó, en mi caso, la afición por el cante. A principios de los noventa compré, de segunda mano, un disco editado por Olympo en 1974: Los fandangos del Chocolate. Caí literalmente del burro. En aquella época estaba muy de moda Tom Waits. Las letras de los fandangos de Antonio Núñez el Chocolate son tan terribles com las canciones de Tom Waits: unas historias de amor desgraciadas, entre hombres y mujeres que se quieren mucho y que se hacen mucho daño, con críos de por medio que pagan las consecuencias, los hombres se avergüenzan de no haber tenido educación y van por el mundo justificándose, pregonando que hay cosas que no se aprenden en los libros. Todo, con un aire espeso de fatalidad y de borrachera culpable. Cada estrofa de cada fandango es un pensamiento circular y estos pensamientos se encadenan hasta devolvernos al punto de partida, que es la obsesión de la infelicidad. Los fandangos del Chocolate son un obra de arte monumental.
Segundo golpe de suerte: compré una cinta de casete de esas que se vendían en las gasolineras: el primer disco del Fosforito, premio Nacional de Cante de la Cátedra de Flamencología de Jerez, de 1968, en el que, junto a los palos clásicos, Antonio Fernández Díaz, el Fosforito, recuperaba otros menos conocidos (malagueñas, verdiales, granaínas). Era algo maravillosos eso de las cintas de gasolinera: que pudieras encontrar una obra maestra en el lugar más humilde, en una época, in illo
tempore, en que las tiendas de discos eran boutiques exclusivas. El tercero fueron los discos Grandes figuras del
flamenco, editados por el poeta José Caballero Bonald a principios de los setenta, con cantantes que no eran profesionales de los tablaos –Juan Talega, la Tía Anica la Piriñaca–, y sus biografías delirantes. Guardo como oro en paño las confesiones del Tío Gregorio Borrico de Jerez, Recuerdos de infancia y juventud, reunidos por José Luis Ortiz Nuevo y editados en Cádiz en 1984.
Todo esto viene a cuento porque desde hace unos días, gracias a la amabilidad de Carlos Martín Ballester, tengo en casa el libro y 3 CD que recopilan entera la obra grabada en cilindros de cera y discos de pizarra del gran cantaor Don Antonio Chacón (1869-1929). Hacía años que un libro no me apetecía tanto. Seguiremos informando.
Las letras de los fandangos de Antonio Núñez ‘el Chocolate’ son tan terribles como las canciones de Tom Waits