Formación y futuro
Estudios publicados por universidades, entre ellas la de Oxford, alertan de que cerca del 50% de las profesiones actuales desaparecerán, como muy tarde, en dos décadas y aparecerán otras con gran demanda centradas en la biotecnología, la robótica y la gestión del conocimiento, entre otras. Por otra parte tenemos una tasa de paro del 18% y entre los jóvenes, todavía está por encima del 43%. Encima, y según Eurostat, el 43% de la población activa española tiene un nivel de estudios de, como mucho, la ESO, alejada de los mínimos que requerirán los nuevos empleos.
Tenemos, pues, señales de alarma graves, algunas actuales y otras predictibles, pero que de no corregirse nos garantizan una pérdida de competitividad clara y un empobrecimiento general de la población y del Estado de bienestar durante dos generaciones. Lo vemos y lo sabemos, pero no movemos las palancas que pueden corregirlo. En Europa, Alemania, Suiza, Austria, Dinamarca o Francia, ya hace años que han ajustado estas palancas para adaptar la profesionalización de la población activa a las demandas del mercado de trabajo. Todos ellos entendieron que sin un modelo sistémico de formación profesional durante toda la vida laboral, la descoordinación de políticas producía ineficiencias devastadoras.
No tenemos como país un problema de recursos para financiar el nuevo modelo, sino al contrario, disponemos de muchos fondos para orientación y formación, y de infraestructuras lo suficientemente buenas para dar respuesta a las demandas del mercado, pero hemos alejado del centro de decisión a empresarios y trabajadores. Así de simple. En el centro decisorio del modelo hemos situado a los operadores políticos y de gestión y hemos expulsado a los que tienen el conocimiento y son usuarios de las políticas necesarias. El mundo al revés. Hace falta, pues, reubicar a los protagonistas y darles la llave para el diseño integral y el control del modelo, como pasa en los países mencionados.
Qué les parecería si los recursos que las administraciones públicas locales, comarcales, provinciales, autonómicas y estatales con los programas propios, del SEPE, del SOC, de los centros de FP, los planes de oferta y de demanda del Forcem y de la formación bonificada, estuvieran bajo un mismo organismo coordinador y planificador gobernado por los protagonistas del empleo. Sería difícil pensar que los resultados finales fueran peores que los actuales. Hoy, las personas en paro y los trabajadores en activo tienen que hacer un máster para identificar los programas disponibles y hacer una planificación razonable de su carrera.
Se puede entender que políticamente sea muy complejo plantear un modelo de integración sistémica, pero la irresponsabilidad de no intentarlo en términos de paro, pensiones y bajos niveles salariales lo hace inexcusable.
Hay que ir a un modelo coordinado de ayudas por formación