Colas para ir al aeropuerto.
Miles de conductores marchan por Barcelona y tratan de ocupar el Ayuntamiento de Barcelona
Los taxistas de Barcelona hicieron huelga ayer contra la competencia desleal que, en su opinión, practican Uber y otras firmas. En la foto, colas ante el bus al aeropuerto en la plaza Catalunya.
Huelga, petardos, huevos podridos contra la fachada del Ayuntamiento... Los taxistas de Barcelona declararon ayer la guerra al mundo. A todas las administraciones, a las nuevas tecnologías, a la creciente competencia que amenaza con hacerles desaparecer. La liberalización se cierne sobre su profesión. Nunca este gremio estuvo tan unido. Denuncian que lo más probable es que dentro de un año irrumpan en la ciudad más de tres mil conductores que trabajarán con licencias VTC, más de tres mil conductores que trabajarán con unos permisos que les permitirán de un modo del todo legal ofrecer sus coches como vehículos de alquiler con conductor. Los taxistas entienden que ello supondrá su desaparición. No andan muy desencaminados.
La principal restricción de un VTC es que ha de concertar el servilas cio de manera previa, que no puede circular por la ciudad alegremente a ver si encuentra clientes. Pero ahora, con las nuevas aplicaciones de telefonía móvil, cualquiera puede concertar un precio para un recorrido de manera previa en pocos minutos. Su presencia en Barcelona aún es tímida. En Catalunya en estos momentos se cuentan 853 licencias VTC. Uber, que salió escaldada de Barcelona luego de trabajar con simples conductores particulares, planea ahora su regreso a la ciudad trabajando con conductores con licencia VTC. Es el sistema de Cabify. Todo este asunto genera un altísimo interés empresarial. Aquí las tarifas no las regula la Administración. Hablamos de un negocio multimillonario, de un pastel en el que fondos de inversión de medio mundo están poniendo los ojos.
El seguimiento del paro convocado por las principales asociaciones de taxistas de ocho de la mañana a ocho de la tarde fue espectacular. Ni un taxi en el horizonte. Unos turistas franceses aguardan en la parada ubicada entre la plaza Catalunya y la Rambla. Un peatón les dice que lo hacen en vano, que hoy los taxistas o trabajan. “Ah”, reponen los turistas franceses. En ese momento un Audi de color gris entra en la parada de taxis y los turistas franceses le preguntan si acaso es un taxi. “Sí”, responde el conductor mientras abre su maletero, mientras guarda maletas a toda velocidad, mientras mira temeroso a lado y lado. Los autobuses de color celeste procedentes del aeropuerto llegan atestados de pasajeros. Como si ya fuera verano. Muchos se acercan a la parada de taxis. Una procesión de furgonetas y turismos de colores oscuros los recoge con mucha celeridad. La imagen es un augurio.
Entre tanto los taxistas lanzan huevos podridos contra la fachada del Ayuntamiento. También abren botes de humo. Están furiosos porque la alcaldesa y presidenta del Àrea Metropolitana de Barcelona, Ada Colau, no tiene previsto recibirles. Además, frente al Palau de la Generalitat pusieron barreras. Algunos taxistas tratan de entrar por la fuerza en las dependencias municipales. Los agentes de la Guardia Urbana cierran las puertas. Tras los huevos podridos vuelan las latas de cerveza. Los taxistas se defienden como gatos panza arriba. Al final los huevos podridos caen sobre los taxistas que tratan de calmar a sus colegas. La marcha arrancó sobre las diez de la mañana. Más de tres mil personas participaron en ella.
En realidad toda esta historia, tal y como explican fuentes de la Generalitat, arrancó hace mucho, en los tiempos de Zapatero. Entonces la ley ómnibus abrió las puertas a que se otorgaran nuevas licencias de VTC. Hasta ese momento imperó el criterio de que la proporción ideal era que funcionara una licencia de VTC por cada 30 de taxi. Este servicio aún se asociaba al mundo del lujo y las ocasiones extraordinarias. Las aplicaciones aún no habían irrumpido. Luego el gobierno de Aznar quiso dar marcha atrás, pero
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