Bruni y Ramazzotti, dos actrices ‘Locas de alegría’
El delirio puede complicar gravemente la vida de quienes rodean al delirante. Pero, ya antes de que los problemas empiecen, el desvarío ajeno suscita miedo y rechazo: por temor a lo imprevisible y por intolerancia a lo diferente. Es ahí donde el cineasta Paolo Virzi y las actrices Valeria Bruni y Micaela Ramazzotti inciden en Locas de alegría para, a través de la película, tratar de ahuyentar prejuicios y llamar a la comprensión o siquiera a la humanidad, frente a lo excéntrico e inadecuado.
La acción arranca en un palacete convertido en manicomio de lujo, Villa Biondi. En sus paseos por los hermosos caminos y jardines del exterior, Beatrice (Valeria Bruni) se comporta como la dueña de todo y de todos en la finca. Es una condesa otrora rica e influyente –venida a menos por decir poco–que da órdenes y consejos a diestro y siniestro a la vez que aprovecha la menor ocasión para tratar de salir de allí.
En esto llega al psiquiátrico Donatella, una joven introvertida y delgaducha que apenas abre la boca y parece asustarse por todo. Beatrice, pese a sus aires de superioridad y elegancia, ve en la chica nueva a una posible cómplice; un poco como una hija y un mucho como una amiga. Y a una posible compañera de viaje... o de fuga.
Un día, en premio al buen comportamiento de ambas mujeres y para estimular el efecto benéfico que parecen ejercer la una sobre la otra, la dirección del centro autoriza su salida en una excursión no exenta de riesgos pero que puede merecer la pena. Y, claro, Beatrice y Donatella escapan. En plan Thelma y Louise, sólo que en loco, emprenden una aventura que –con ciertos daños colaterales de por medio– tal vez no les curará pero quizá les sirva como el inicio de una catarsis. Un proceso que no tiene que arrojar conclusiones hacia la platea pero sí puede traer alguna reflexión, además de momentos de diversión, tensión y pena. En conversación con La Vanguardia, Virzi expone tres motivaciones detrás de su propuesta: su interés por la enfermedad mental “como verdad profunda que nos afecta a todos”, la plasmación de un “miedo a lo distinto que tiende identificar al otro como enemigo potencial”, y, en consecuencia, el intento de provocar la empatía del público hacia lo que no es otra cosa que “la fragilidad humana”.
Ramazzotti, esposa de Virzi, espera que el filme sirva de “antídoto” contra esos prejuicios frente a la locura, como de hecho le sirvió a ella el desempeño de su papel de Donatella. Una tarea durante la cual convivió con enfermos mentales a los que, confiesa, terminó contando secretos que a nadie había revelado. “Con esta película he crecido profesional y personalmente”, asegura.