El maquinista del tiempo
Conocí a Màrius Serra en un restaurante (que cerró) para participar en una entrevista colectiva organizada por una revista (que desapareció) para hablar de una generación de jóvenes promesas (que, una vez caducada la efervescencia de la etiqueta, envejeció tragicómicamente). No descarto que el moderador haya muerto y recuerdo que cenamos bien, que el restaurante estaba en la parte alta de la ciudad (eso que, con una pomposidad falsamente irónica, ahora se denomina Upper Diagonal), que bebimos sin moderación y que uno de los convocados, Rafael Vallbona, volvió a casa en una moto de alta cilindrada (lo sé porque estuve sufriendo por él hasta el día siguiente pensando que habría tenido un accidente). Fue a mediados de los ochenta y el etiquetaje literario necesitaba carne fresca. Pues bien: la carne éramos Serra, Vallbona, y, si mi (devastada) memoria no me falla, Jaume Capó, que aportaba el toque balear y una pinta de superdotado ingeniero atómico letón en el exilio. Fue poco antes de que Maria Jaén publicara Sauna, sino seguro que la habrían invitado. Aquella noche Serra ya demostró que era un hiperactivo irredento: en vez de publicar un primer libro, como todos, publicó dos a la vez sin perder la sonrisa ni esa energía juvenil que le permite llevar pendiente y, simultáneamente, hacerte la autopsia vertical y horizontal de un verso en etrusco soñado por Borges. Unas semanas más tarde me lo encontré en una especie de casal libertario del Guinardó donde, además, ejercía medio de camarero y medio de relaciones públicas (o me lo pareció).
Tengo elementos suficientes para afirmar que Serra es como los malabaristas chinos capaces de hacer rodar simultáneamente tres o cuatro platos sin perder la sonrisa ni alardear de las virtudes, el talento y la preparación que se requieren para hacer rodar tres o cuatro platos a la vez y que su modo de administrar el tiempo tiene una dimensión cuántica que supera la categoría, definida por Josep Maria Espinàs, de
Home de fer feines .De eso trata su penúltimo libro D’on trec el temps (Ed. Empúries), que presentará el lunes. Digo penúltimo porque no descarto que entre hoy y el lunes publique otro, que tendrá que ser muy bueno para superar el interés de este. D’on trec el temps es un híbrido de géneros que, consciente de la vulnerabilidad estructural de la narrativa convencional, aporta diversidad de puntos de vista para reflexionar sobre el tiempo entendido como materia mutante susceptible de inspirar tanto un pregón, un artículo, un ensayo, un poema, un tratado de verbologia retráctil, un dietario o cuentos tan redondos como (¡ovación!) Donem-nos un temps. Serra hace tantas cosas que le suelen preguntar: “¿De dónde sacas el tiempo?”, no porque les interese saberlo sino porque es la forma más educada de reproche. En realidad le están diciendo que hace demasiadas cosas y que eso es sospechoso. Pero precisamente porque es sospechoso, conviene leer D’on trec el temps para disfrutar de las sensaciones más vivas y estimulantes que se le pueden pedir a la lectura.
Tengo los elementos suficientes para afirmar que Màrius Serra es como los malabaristas chinos