Entusiasmo
Gustos al margen, estas sesiones beethovenianas nos han dejado mucha música y no menos reflexiones. Y alguna convicción: sí que se puede, con trabajo, compromiso y el necesario apoyo, aún surgiendo de difíciles condiciones sociales. En esta orquesta de jóvenes todo fluye, es casi como esa concepción etimológica del griego entusiasmos (la divinidad se mete dentro del cuerpo) que se manifestó en el imponente pasaje que sigue al aria de tenor del final de la Novena; poseídas las cuerdas.
Todo fue así elocuente, entusiasta. La sesión dedicada a Quinta y Sexta resultó contradictoria. En la primera, un fraseo con acentos muy marcados –ya lo están por sí en la partitura– y la sobrecarga no es buena. Quizá se debía de haber cambiado el orden, ya que la fuerza expresiva casi de aluvión en la Quinta debe detenerse y mirar más a la sonoridad interior en la
Pastoral, y ello restó a ésta serenidad, profundidad y transparencia. Esta orquesta –para bien y para mal– está marcada por una escuela de cuerda de arco muy tenso... que en los tiempos lentos deja ver menos matices. Las maderas siempre con un buen papel regulador y expresivo.
Dudamel no nos propone un discurso habitual; busca pequeños efectos que sorprendan al espectador en cuanto a matices, a contrastes expresivos, que suelen ser de orden formal. En el movimiento inicial de la Séptima por ejemplo cambia repentinamente el tempo en un breve pasaje para subrayar un solo de oboe y flauta; hay varios de estos guiños que sorprenden agradablemente, en una búsqueda que mira más a la secuencia del discurso que a la profundidad. Esta sinfonía no sonó muy homogénea, y fue contundente pero poco poética. La Octava, que cerró ese cuarto programa, es una sinfonía difícil, compleja en el aspecto rítmico, y que necesita por ejemplo en el Scherzo un tratamiento delicado.
Llegó por fin la Novena, que fue la redención, ya que la mirada, al menos en el Adagio, fue hacia adentro, con un muy sutil trabajo y sonido en la cuerda alta, incluso las violas. El contraste entre tuttis algo farragosos y pasajes suaves y expresivos marcó el Allegro inicial. Un Scherzo ágil, nada pesante con una tensión interior bien lograda precedió a una buena sonoridad de los bajos en el Finale. Dudamel parece disfrutar de excelente memoria; no usa partitura y su gesto es altamente convincente y por lo general preciso, directo, y en este sentido conectó bien con el Orfeó –atento y eficaz, con buen trabajo interno en cada sección. No fue tan claro el cuarteto solista, con un bajo de articulación poco clara y –quizá por la situación en escena– las buenas voces femeninas quedaron deslucidas.