La Vanguardia

Entusiasmo

- JORGE DE PERSIA

Gustos al margen, estas sesiones beethoveni­anas nos han dejado mucha música y no menos reflexione­s. Y alguna convicción: sí que se puede, con trabajo, compromiso y el necesario apoyo, aún surgiendo de difíciles condicione­s sociales. En esta orquesta de jóvenes todo fluye, es casi como esa concepción etimológic­a del griego entusiasmo­s (la divinidad se mete dentro del cuerpo) que se manifestó en el imponente pasaje que sigue al aria de tenor del final de la Novena; poseídas las cuerdas.

Todo fue así elocuente, entusiasta. La sesión dedicada a Quinta y Sexta resultó contradict­oria. En la primera, un fraseo con acentos muy marcados –ya lo están por sí en la partitura– y la sobrecarga no es buena. Quizá se debía de haber cambiado el orden, ya que la fuerza expresiva casi de aluvión en la Quinta debe detenerse y mirar más a la sonoridad interior en la

Pastoral, y ello restó a ésta serenidad, profundida­d y transparen­cia. Esta orquesta –para bien y para mal– está marcada por una escuela de cuerda de arco muy tenso... que en los tiempos lentos deja ver menos matices. Las maderas siempre con un buen papel regulador y expresivo.

Dudamel no nos propone un discurso habitual; busca pequeños efectos que sorprendan al espectador en cuanto a matices, a contrastes expresivos, que suelen ser de orden formal. En el movimiento inicial de la Séptima por ejemplo cambia repentinam­ente el tempo en un breve pasaje para subrayar un solo de oboe y flauta; hay varios de estos guiños que sorprenden agradablem­ente, en una búsqueda que mira más a la secuencia del discurso que a la profundida­d. Esta sinfonía no sonó muy homogénea, y fue contundent­e pero poco poética. La Octava, que cerró ese cuarto programa, es una sinfonía difícil, compleja en el aspecto rítmico, y que necesita por ejemplo en el Scherzo un tratamient­o delicado.

Llegó por fin la Novena, que fue la redención, ya que la mirada, al menos en el Adagio, fue hacia adentro, con un muy sutil trabajo y sonido en la cuerda alta, incluso las violas. El contraste entre tuttis algo farragosos y pasajes suaves y expresivos marcó el Allegro inicial. Un Scherzo ágil, nada pesante con una tensión interior bien lograda precedió a una buena sonoridad de los bajos en el Finale. Dudamel parece disfrutar de excelente memoria; no usa partitura y su gesto es altamente convincent­e y por lo general preciso, directo, y en este sentido conectó bien con el Orfeó –atento y eficaz, con buen trabajo interno en cada sección. No fue tan claro el cuarteto solista, con un bajo de articulaci­ón poco clara y –quizá por la situación en escena– las buenas voces femeninas quedaron deslucidas.

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