¡Guerra idiota!
Más que la guerra, más que el odio y los muertos, más que nada, Incierta
gloria, es una atmósfera putrefacta, sucia y venenosa. El aire irrespirable de la Guerra Civil que Villaronga atrapa con tanta maestría como dureza en una aproximación esencial, libre y muy personal a la obra homónima de Joan Sales.
El empeño cuenta con unos personajes inolvidables, reflejo de los literarios. Como la Carlana, por supuesto. Mujer primitiva y cruel, manipuladora en tiempos revueltos. El orgullo la puede. La venganza es su meta. Su alma está en carne viva, como lo está su cuerpo, desollado por humillaciones de años. La Carlana, como una Scarlett O’Hara a la española, que ni siquiera pone a Dios por testigo, para qué. Si acaso a sus hijos, primero. De luto eterno y triste mirada. Personaje esencial en manos de Núria Prims, todo un descubrimiento (como gran trágica).
Abunda también Incierta gloria en situaciones chocantes, de auténtica locura. Habla de un frente bélico tan indefinido como quieto, donde los enemigos se mueven de aquí para allá en un tiempo de espera. En un tiempo muerto, el momento perfecto para construir un futuro mediante odios labrados y venganzas pospuestas. Algo que también retrató a su manera, por el lado de la sátira, La vaquilla, de Berlanga.
Porque la locura es una constante en este filme, como lo debe ser en la guerra. Pero aquí la guerra va por dentro: los tiros y las batallas son innecesarios con personajes como Soleràs (Oriol Pla) desnudo en los bombardeos, capaz de lucir ambos uniformes, tan descreído como lúcido. Enamorado de Trini (Bruna Cusí), esa especie de Colometa de primera línea. Lluís (Marcel Borràs), su marido, es el antihéroe en una historia sin héroes y muchos locos. Todos ellos atravesando el sinsentido de una guerra enrarecida y mortal, más incluso que aquel gas sarín que mataba en las trincheras. Sus víctimas son almas muertas, gentes como cáscaras vacías.
Incierta gloria resulta, a su manera impresionista, una de las mejores aproximaciones sobre el conflicto que asoló España del 36 al 39 del siglo XX. Sus gritos son la antesala del silencio que hemos padecido todos durante demasiado tiempo, eco sordo de un silencio de muertos.