Huir del ascensor
Además del que indica el peso que pueden cargar, en todos los ascensores deberían poner un cartel suplementario con la prohibición expresa de mantener en ese espacio conversaciones absurdas que no llevan a nada. Mejor callar, como sucede en el tenis, que hablar cuando no toca. ¿Qué manía tiene la gente de comentar el tiempo que hace? ¿O de atreverse a decirle al vecino que hace más mala cara que de costumbre? Lo que les digo. Deberían prohibirlo.
Conozco a un regatista que ha dado varias vueltas al mundo (no les diré si lo hace con o sin escalas: no tengo valor de dar pistas sobre su identidad teniendo en cuenta de lo que es capaz...) que harto de las preguntitas a las que le sometían en el montacargas tomó medidas. Así, a la décima vez, ¡la décima!, que el del quinto le habló del tiempo en una sola semana lo cogió por las solapas y lo zarandeó hasta conseguir un juramento de silencio para las próximas ocasiones en que el destino cruzara sus caminos. No hace falta decir que ni ese ni otro vecino se han atrevido nunca más a aproximarse al navegante.
No hay para tanto, lo sé, pero también entiendo que al regatista, que se ha jugado tantas veces la vida en Cabo de Hornos, poco le importa lo que los ciudadanos de a pie podamos anunciarle sobre el dichoso tiempo. Tomar la iniciativa para dirigir el diálogo de entrada o subir por las escaleras son formas más humanizadas de evitar encuentros desagradables. También puedes quedarte absorto mirando la pantalla del móvil y voilà nadie te dice que olvidaste pasarte el peine o que parece que el día se ha levantado nublado...
Sin embargo, he llegado a la conclusión de que esas técnicas son innecesarias en los hoteles. En sus ascensores, al
Simon Baker no salió de la piscina por la escalerilla sino a pulso, como un waterpolista; muy pro...
menos así me lo parece, o se impone el silencio tras un educado buenos días o buenas noches o las charlas discurren por terrenos más interesantes. En Londres, Seal (autor del Kiss from a Rose que fue la banda sonora de Batman) me indicó un buen estudio de yoga. Y en el ascensor de un fabuloso hotel de Chantilly, Simon Baker me resumió sus años de deportista. Tres minutos dan para mucho: además de relatarme que fue campeón de surf y de waterpolo en Australia, el mentalista me recordó que la también actriz Stella Warren, antes de ser la sensual caperucita con que Chanel anunció su n.ª 5, triunfó con la sincronizada. Como Christine Lagarde, pero esa ya es otra historia.
Lo del surf no lo sé, pero podría jurar que lo del waterpolo iba en serio, porque el ascensor de mi charla con el australiano nos condujo hasta la piscina. Baker hizo 2.500 metros de un tirón y yo me quedé diez largos más para asegurarme de que, antes de desaparecer para siempre de mi vida, el actor no salía del agua por la escalerilla sino a pulso. Como un waterpolista. Muy pro.