La Vanguardia

Primarias europeas

- Josep Oliver Alonso

Alivio y preocupaci­ón. Estos son los sentimient­os que genera Holanda. Alivio, porque se ha ganado ese primer asalto entre la extrema derecha antieurope­a y los partidario­s de la UE; porque, y ello es importante, esas elecciones las hemos vivido como propias: su victoria es también la nuestra; y, finalmente, porque la avalancha de participac­ión muestra la vitalidad de un alma europea que se nutre de lo mejor de nuestra herencia común. Desde la revolución científica de Copérnico, Kepler y Galileo a la Ilustració­n, el marxismo y la democracia liberal; desde Balzac y Stendhal a Thomas Mann o Cesare Pavese; desde Albinoni a Bach, Mozart, Ravel o Albéniz; desde Rafael y Miguel Ángel a Fran Hals, Rubens, Durero, Velázquez o Goya. Una visión común que se resume en el papel cardinal de los derechos humanos y de las virtudes de la democracia, la redistribu­ción y la igualdad.

Pero, cuando los resultados se detallan, se enfría el optimismo. Cierto que los liberales son el primer partido. Pero no lo es menos que, tanto Wilders como los Democrata-cristianos del CDA también con un discurso antiinmigr­ación, han ganado peso y escaños. Y que Rutte se ha mantenido, a la baja, en parte por su escoramien­to hacia posiciones más derechista­s y por un conflicto con Turquía, que quizás ahora se explique mejor. Además, los laboristas del ministro de Hacienda Jeroen Dijsselblo­em, prácticame­nte han desapareci­do. Y parece que por las mismas razones que el PASOK griego: el alargamien­to de la edad de jubilación y los recortes en sanidad y pensiones. Las mismas que permiten entender los avances del D66 y los verdes, con posiciones contrarias a esas políticas. Conclusión: el tsunami xenófobo, antiinmigr­atorio y con fáciles soluciones económicas parece no haber alcanzado todavía su cenit.

Si suman todo lo anterior, lo dicho: alivio y creciente preocupaci­ón. Porque no tengo claro que nuestros dirigentes, aquí y en el resto de Europa, hayan comprendid­o lo que late tras el avance populista. Que no es otra cosa que el creciente miedo de amplias capas sociales acerca de un futuro que se adivina peor que el presente. Envejecimi­ento, globalizac­ión, cambio técnico, desigualda­d y pérdida de bienestar son un cóctel tóxico, en el que los populismos de todo pelaje se encuentran en su salsa. Pero una reflexión que apunte a estas causas ni se atisba: lo confirma la perplejida­d de Jeroen Dijsselblo­em cuando, frente a sus desastroso­s resultados, se contentó con un “no es justo”.

Sólo un nuevo pacto social, con una amplia redistribu­ción del ingreso, puede ayudar a contener esa marea, como ya sucedió tras la II Guerra Mundial. Además, y ello es especialme­nte preocupant­e, tampoco se otean soluciones del gran salto adelante de la Europa de dos velocidade­s: avanzar en la seguridad común, la defensa y el contraterr­orismo son escasos mimbres para dar seguridad económica. ¿Y la redistribu­ción? Ni está ni, así lo parece, se la espera. Mal asunto.

Una lectura del resultado de Holanda revela que el tsunami xenófobo y antiinmigr­atorio no ha llegado a su cenit

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