Necesaria diplomacia
Richard N. Haass analiza la amenaza nuclear norcoreana: A cambio de flexibilizar las sanciones, “Estados Unidos podría ofrecer (siguiendo una estrecha consulta con los gobiernos de Corea del Sur y Japón, e idealmente en el contexto de otras resoluciones y sanciones económicas de la ONU) negociaciones directas con Corea del Norte. Una vez iniciadas, la parte estadounidense podría avanzar un acuerdo: Corea del Norte tendría que aceptar congelar sus capacidades nucleares y de misiles, lo que requeriría el cese de todas las pruebas”.
Existe un creciente consenso en que la primera crisis genuina de la presidencia de Donald Trump podría involucrar a Corea del Norte y, más específicamente, su capacidad para colocar una ojiva nuclear en uno o más misiles balísticos con alcance y precisión suficientes para llegar a Estados Unidos. Una crisis podría provenir también de otros factores: un gran aumento en el número de cabezas nucleares que produce Corea del Norte, la evidencia de que está vendiendo materiales nucleares a grupos terroristas o algún uso de sus fuerzas militares convencionales contra Corea del Sur o las fuerzas estadounidenses estacionadas ahí.
No hay tiempo que perder: cualquiera de estos acontecimientos podría ocurrir en cuestión de meses o de unos años. La paciencia estratégica, el enfoque hacia Corea del Norte que ha caracterizado las sucesivas administraciones estadounidenses desde comienzos de los noventa, ha seguido su curso.
Una opción sería simplemente aceptar como inevitables aumentos continuos en la cantidad y calidad de los arsenales nucleares y de misiles de Corea del Norte. Estados Unidos, Corea del Sur y Japón recurrirían a una combinación de defensa contra misiles y disuasión.
El problema es que la defensa antimisiles es imperfecta y la disuasión es incierta. La única certeza es que el fracaso de cualquiera de ellas tendría costos inimaginables. En estas circunstancias, Japón y Corea del Sur podrían reconsiderar si también requieren armas nucleares, lo que aumentaría el riesgo de una nueva carrera armamentista potencialmente desestabilizadora en la región.
Un segundo conjunto de opciones emplearía la fuerza militar, ya sea contra una amenaza de Corea del Norte o una amenaza que se considerara inminente. Un problema sería la incertidumbre sobre si los ataques militares podrían destruir todos los misiles y ojivas nucleares del Norte. Pero incluso si pudieran, Corea del Norte probablemente tomaría represalias con las fuerzas militares convencionales contra Corea del Sur. Dado que Seúl y las tropas estadounidenses estacionadas en Corea del Sur están dentro del alcance de miles de piezas de artillería, el número de víctimas y el daño físico sería inmenso. El nuevo Gobierno surcoreano (que tomará posesión de su cargo en dos meses) resistirá ciertamente cualquier acción que pueda desencadenar tal escenario.
Por lo tanto, algunos optan por un cambio de régimen, esperando que un liderazgo diferente de Corea del Norte pueda resultar más razonable. Probablemente lo haría; pero, dado lo cerrada que es Corea del Norte, lograr ese resultado sigue siendo más un deseo que una política seria.
Esto nos lleva a la diplomacia. Estados Unidos podría ofrecer (siguiendo una estrecha consulta con los gobiernos de Corea del Sur y Japón, e idealmente en el contexto de otras resoluciones y sanciones económicas de la ONU) negociaciones directas con Corea del Norte. Una vez iniciadas, la parte estadounidense podría avanzar un acuerdo: Corea del Norte tendría que aceptar congelar sus capacidades nucleares y de misiles, lo que requeriría el cese de todas las pruebas de cabezas y misiles, junto con el acceso a inspectores internacionales para verificar el cumplimiento. El Norte también tendría que comprometerse a no vender ningún material nuclear a ningún otro país u organización.
A cambio, EE.UU. y sus socios ofrecerían, además de conversaciones directas, la flexibilización de las sanciones. También podrían aceptar firmar –más de 60 años después del fin de la guerra de Corea– un acuerdo de paz con el Norte. Al mismo tiempo, EE.UU. debe limitar hasta dónde está dispuesto a ir. No puede haber veto a los ejercicios militares regulares entre EE.UU. y Corea del Sur, que son un componente necesario de la disuasión y la defensa potencial, dada la amenaza militar planteada por el Norte. Por la misma razón, cualquier límite a las fuerzas estadounidenses en el país o región sería inaceptable. Y cualquier negociación debe tener lugar dentro de un periodo de tiempo fijo.
¿Podría este enfoque tener éxito? La respuesta corta es “tal vez”. La postura de China probablemente será crítica. Los líderes chinos no tienen ningún amor por el régimen de Kim Jong Un o sus armas nucleares, pero les disgusta aún más la perspectiva del colapso de Corea del Norte y la unificación de la península coreana con Seúl como capital.
La cuestión es si China (el conducto por el cual las mercancías entran y salen de Corea del Norte) podría ser persuadida a usar su considerable influencia con su vecino. EE.UU. debería ofrecer algunas garantías de que no aprovecharía la reunificación de Corea para obtener ventajas estratégicas. Las conversaciones continuas con China sobre la mejor manera de responder a los posibles escenarios en la península tienen claramente sentido.
Una vez más, no hay garantía de que la diplomacia tenga éxito. Pero podría. E incluso si fracasara, demostraría que se había hecho un esfuerzo de buena fe y haría menos difícil contemplar, llevar a cabo y posteriormente explicar a las opiniones públicas nacionales e internacionales por qué se llevaba a cabo una política alternativa, que incluía el uso de la fuerza militar.
Existe un creciente consenso en considerar que la primera crisis de la Administración Trump será con Pyongyang Tres opciones: mantener el statu quo, un hipotético uso de la fuerza militar o abrir negociaciones directas