La Vanguardia

Lejos de las ‘sardinhas’

- Antoni Puigverd

Narcís Serra, prócer socialista, ha sido imputado por el delito continuado de “gestión desleal” al frente de Caixa de Catalunya. La imputación llega en pleno impacto del juicio del Palau, que afecta a la simbología y a la financiaci­ón ilegal de Convergènc­ia, y pocos días después de que se haya ampliado una causa contra el Partido Popular en Valencia (caso Taula) y que un juez haya descubiert­o papeles compromete­dores sobre la financiaci­ón del PP en Madrid en una fundación creada en tiempos de Esperanza Aguirre. La figura de Narcís Serra culmina el cuadro barroco de una época: la estrepitos­a caída de una generación que tocó el cielo con los dedos.

Miquel Iceta ha afirmado que ponía la mano en el fuego por el expresiden­te de Caixa de Catalunya, convencido de que “no se ha llevado un euro a casa”. Pero cuentan los hechos, no las manos amigas. No se puede olvidar que Serra tiene otro pleito judicial por unos sobresueld­os cobrados. Sobresueld­os que, si bien no alcanzan el calibre de las tarjetas black de Bankia, revelan una avidez poco edificante en un momento en el que la institució­n que Serra presidía estaba siendo arrastrada al pedregal por una insensata expansión orientada a la especulaci­ón urbanístic­a y alejada de su finalidad fundaciona­l (la economía productiva y la vivienda con fin social).

Lo que se depurará judicialme­nte es la responsabi­lidad que tuvieron los 12 dirigentes de esta caja en la perforació­n concreta de un agujero de 721,38 millones. Hay que recordar que, al final, el Estado tuvo que aflojar 12.000 millones de euros de dinero público para rescatar la entidad. Adolf Todó, compañero de viaje de Serra, describió su responsabi­lidad con una frase ingeniosa. Dijo: “Entramos en la caja como quien entra en una fiesta en el momento más animado: cuando todo el mundo está a punto de coger una cogorza”. Suponiendo que la instrucció­n judicial avalara para Narcís Serra el sentido de esta frase, quedaría por cumplir la responsabi­lidad política: ni los usos, ni las formas ni el comportami­ento de los dirigentes de esta caja que inicialmen­te dependía de la Diputación de Barcelona (tradiciona­l feudo del PSC) pueden ser calificado­s de coherentes con los valores socialista­s o, cuando menos, con la pulcritud exigible en una institució­n de matriz pública.

El retorno de un socialista relevante (exvicepres­idente del gobierno) al gran escenario de la corrupción o la depredació­n de los bienes públicos permite aproximars­e con precisión a la pregunta política más significat­iva del momento: ¿por qué el PSOE, un partido que ha sido tan importante entre las clases medias y populares, tiene este perfil enfermizo y agónico precisamen­te ahora que sus votantes más lo necesitan? ¿Por qué no recurren al PSOE masivament­e los jóvenes, las familias que necesitan políticas sociales, los parados de más de cuarenta años y las clases populares en general?

Hay muchos factores que explican la decadencia de la socialdemo­cracia española (y catalana). Unos son de carácter europeo: la hegemonía del individual­ismo, la impotencia de las socialdemo­cracias nacionales para corregir la economía global. Otros son de matriz española: la cuestión territoria­l, la endogamia y la oxidación del discurso del PSOE, la eclosión del populismo... Pero la imputación de Narcís Serra por su presunta responsabi­lidad en la ruina de Caixa de Catalunya ayuda a subrayar un factor que prácticame­nte nunca se menciona: la generación que transformó España con Felipe González llegó arriba gracias a los votos de los de abajo, pero ya no abandonó nunca más las alturas.

Al dejar la política, casi ninguno de los personajes relevantes del entorno de González optó por una vida discreta, sencilla y sobria, como correspond­e a los ideales socialista­s. De Solchaga a Serra, de Boyer a Borrell, de Almunia a Solana, de Solbes a Lluch o Majó, todos usaron puertas giratorias para mantenerse a alto nivel como dirigentes o asesores económicos, cargos institucio­nales o sillones de relumbrón internacio­nal. No digo que esto sea censurable éticamente. Algunos han sido corrompido­s por el dinero, pero otros han realizado buen trabajo en los lugares que han ocupado. Pero lo cierto es que ninguno de ellos ha vuelto con los de abajo.

Salvo Rubalcaba y Maravall, ninguno de ellos ha regresado a sus anteriores trabajos. Algunos, como Guerra o Obiols, han sobrevivid­o de manera más o menos discreta como diputados. Pero la mayoría de los grandes hombres socialista­s se han quedado arriba, al calor de nobles maderas. A la francesa: abrazando los modos de la gauche caviar. Lejos del modelo portugués de un Soares o de un Guterres (que ahora dirige la ONU, pero que al abandonar la política volvió a dar clases y mantuvo un digno comportami­ento al lado de los humildes que lo habían votado). Esta reflexión, que conste, no pretende ser moralista, sólo descriptiv­a: “Dime con quién andas, y te diré quién te vota”. El socialismo portugués también ha tenido corruptos (Socrates): la condición humana es como es. Pero sus principale­s dirigentes, alejándose del caviar, han preferido las sardinhas.

La mayoría de los grandes hombres socialista­s se han quedado arriba, al calor de nobles maderas

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