La Vanguardia

Envilecimi­entos

- Joana Bonet

Hace veinte años le pregunté al niño Alejandro, a punto de celebrar su primera comunión, qué quería ser de mayor. No dudó ni un segundo. “Quiero ser famoso”, afirmó. Le reímos la gracia aunque tal vez deberíamos haberla llorado. Aquel chavalín ya había recibido su primer mandato social: destacar, ser notorio, pisar cinco centímetro­s por encima de los otros. Su ser famoso no tenía nada que ver con el afán de posteridad, el que puede sentir el artesano al pulir un metal que lo sobrevivir­á. Era símbolo de estatus y distinción. Entonces el altavoz de la tele amplificó el fenómeno y los chulitos del patio empezaron a gobernar el mundo. Hace pocos días me reencontré con Alejandro, hoy un profesiona­l de éxito, y le recordé su chocante deseo. “Pues continúo queriendo lo mismo”, me dijo entre risas: “Quiero que me den mesa en todos los restaurant­es”.

El privilegio, muy erróneamen­te, suele ser un indicador del éxito. En verdad debe ser fatigoso que te den mesa en todos los restaurant­es en lugar de conquistar tu propia mesa. Pasar de ser objeto en lugar del sujeto de la escena. Así de claro lo refleja Lauren Greenfield –una de las 15 mejores fotógrafas del mundo según American Photo– en su último proyecto, Generation Wealth (que podría traducirse como generación de la prosperida­d, y lo publica en mayo la editorial Phaidon). Se trata de una crónica de la incansable búsqueda de dinero, posición y fama en el siglo XXI, y su autora nos propone un auténtico walk on

the wild side por la brecha de la ambición, mayor que cualquier falla sísmica en un mundo en el que los ocho hombres más ricos del planeta acumulan más que la mitad de pobres: 3.500 millones de personas. Las imágenes flanquean las puertas de la casa de un oligarca ruso cuya biblioteca alberga cientos de copias de un único libro, o las del quirófano de una clínica estética brasileña, donde la delgadez, la rotundidad y la juventud suman ceros agonizante­s. Una imagen entre todas ellas, elegida una de las fotos del año por la revista Time en el 2007, produce ahogo. Se titula Versace ,yen ella aparecen tres mujeres –descabezad­as, enjoyadas y con pechos redondeado­s– que esgrimen otros tantos bolsos dorados de la marca italiana, como quien blande un salvocondu­cto en una frontera comprometi­da. La fotógrafa no juzga importante­s sus rostros. Encuadra al sujeto: los bolsos que las llevan, y no al revés.

En el libro se escruta la otra cara de la fama: la de familias abrumadas por deudas inabarcabl­es pero que, aún y así, siguen hipnotizad­as por el círculo del lujo. Voltaire, que se hizo rico al descubrir un sistema infalible para ganar a la lotería (amasando alrededor de 7,5 millones de francos de la época), supo marcar otra barrera: “Quienes creen que el dinero lo consigue todo, terminan haciendo todo por dinero”. Esa costumbre que acaba por convertir prosperida­d en envilecimi­ento.

Una imagen entre todas ellas, elegida una de las fotos del año por la revista ‘Time’ en el 2007, produce ahogo

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