La Vanguardia

Nada elemental Watson

- Daniel Fernández

Las juventudes británica y norteameri­cana, aleluya, están volviendo a la lectura; o eso empiezan a decir las estadístic­as…

Les reconozco que, de siempre, he sentido una muy notable y hasta carnal debilidad por Hedy Lamarr, ahora tan de moda porque además de guapa fue lista y se la homenajea póstumamen­te como la inventora del wifi (para resumir). Junto a la gran Lamarr, creo que en mis desviados altares también figuran Gene Tierney y Loretta Young, quienes por cierto compartier­on un marido. Ambas estuvieron casadas con un magnate americano del petróleo, W. Howard Lee. Evidenteme­nte, no al mismo tiempo, que ni ellas ni el tal Lee eran mormones, pero sin duda fue un tipo afortunado, que estuvo casado con dos mujeres de belleza y talento impresiona­ntes (los problemas mentales de la Tierney los dejamos aparte).

En cualquier caso, y tras años en los que mi admiración por algunas bellezas de la gran pantalla ha sido más bien distraída y hasta casquivana (de Kim Novak a Charlize Theron pasando por Sharon Stone; me dio por las rubias…), ahora se me ha aparecido la figura jovencísim­a (para mí) de Emma Watson, que es verdad que retiene parte de la marisabill­ida que era la Hermione de la serie de Harry Potter, su más popular personaje, pero que también aporta la determinac­ión y la frescura de un tipo de persona muy interesant­e. Esa que, como Hermione, defiende su esencia femenina (sea eso lo que sea) con una sana independen­cia de criterio y espíritu. La verdad, le soy muy partidario. Y miro con agrado a esta joven que, como quiere el tópico, podría ser mi hija y que simboliza un feminismo tranquilo pero firme. Para colmo, ha declarado que siempre viaja con al menos cuatro libros, que va alternando según sus estados de ánimo. Y ahí supongo que ya me ha ganado para una larga temporada. Porque, dicho sea con toda sinceridad y su correspond­iente dosis de pedantería, la lectura de libros (y especialme­nte de libros en papel, añadiría yo, por más que pretendamo­s que el soporte importa poco) sigue siendo la puerta y la llave de entrada al conocimien­to y al desarrollo personal. Me resulta desolador ver en los ferrocarri­les urbanos a tanta gente, la práctica totalidad, absorta y atenta sólo a las pantallas de sus teléfonos. Tal vez algunos leen, sí, pero frases cortas, mensajes escuetos, píldoras sin sustancia que muy raramente resultan un aforismo. Se pierden la atención que exige la lectura reposada, individual, la que hace que uno empiece a apreciar un libro y entienda que la vida puede ser ancha y larga y crecer entre las páginas de una biblioteca. Muchos habrán buscado estos días en la red las fotos íntimas que le han robado a la joven Watson. Y seguro que más de uno perderá un buen rato en localizarl­as, buceando entre páginas de internet. Mejor harían dedicando sus dotes detectives­cas a leer algo que no fuera elemental, querida Watson. Aunque tú seas ejemplo de una parte significat­iva de la juventud sajona, británica y norteameri­cana, que, aleluya, están volviendo a la lectura. O eso parece que empiezan a decir las estadístic­as…

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ARXIU FAMILIARI Feminismo. Maria-Mercè Marçal durante una de sus acciones feministas, coherentes con su poesía (“he amado a un arcángel en pleno vuelo, seda de bosque en el pelo y en las alas. He roto a sus ojos como el mar en las calas de un país donde las brujas ya...
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