Europe first!
Frente a la involución con la que el presidente de EE.UU. pretende sacudir el actual orden mundial, deberíamos ser capaces, nosotros europeos, de recuperar los valores que dieron alma y cohesión al proyecto en su etapa fundacional, pero que han quedado sepultados bajo políticas poco compasivas con las necesidades y las ilusiones de amplias capas de la ciudadanía.
Los logros alcanzados por la Unión son innumerables e innegables, pero carecen de narrativa y liderazgo, tanto en lo político como en lo social, en parte porque hemos estado centrados durante décadas en construir las paredes maestras del edificio comunitario, muy pendientes de los procedimientos y de las technicalities y menos atentos al objetivo final, a menudo temerosos de asustar a los más escépticos.
Con motivo de la celebración del 60.º aniversario de la firma del tratado de Roma, base de la Europa actual, la Comisión Europea ha elaborado un documento de reflexión sobre el futuro de la Unión dirigido en primer lugar a los jefes de Estado y de Gobierno, que plantea cinco opciones posibles en el horizonte del 2025: desde una Unión limitada a perfeccionar el mercado único hasta la opción maximalista de avanzar todos juntos hacia la unidad política. Y deja la puerta abierta a la Europa a dos velocidades –como ya sucede con la UEM y Schengen– mediante el recurso a las cooperaciones reforzadas.
Tras el fiasco del proyecto de Constitución europea que dio lugar al tratado de Lisboa, los máximos responsables de las instituciones europeas y de los estados miembros insisten en la vía clásica para avanzar en la integración: la reforma desde arriba. Pero no está claro que una élite funcionarial, con un directorio a la cabeza, sea capaz de recuperar la confianza de una mayoría de los ciudadanos.
Si sesenta años después la UE consigue reafirmar los valores que fundamentaron el proyecto europeo, actualizándolos y haciéndolos nuevamente atractivos para una mayoría de los ciudadanos, entonces sí que podremos ser optimistas sobre el futuro de la Unión. Ello nos exigirá imaginación y eficacia: los ciudadanos deben conocer y asumir la utilidad general de la UE así como ejercer, y en su caso exigir, los derechos inherentes a la ciudadanía europea. Respecto al Reino Unido, ha habido en este terreno una pasividad culpable por parte de las instituciones europeas, en nombre de la mal llamada autonomía institucional de los estados miembros. Sorprende además que el documento de la Comisión sitúe el Reino Unido fuera de la UE, sin dudas ni matices.
Deberíamos ser capaces de consensuar una definición del interés general europeo a partir de la asunción de los valores compartidos, como punto de partida de cualquier proyecto de reforma. Aunque sin un sistema de partidos políticos organizados a escala europea, con una estrategia menos nacional y más europea, será muy difícil hacer progresar la Unión. Las próximas elecciones al Parlamento Europeo de junio del 2019 pueden ser un buen escenario para sentar las bases de una Europa democrática y participativa, entendida como Unión de ciudadanos libres comprometidos con los mismos valores. Esperemos ahora que los partidos políticos y sus dirigentes estén a la altura del reto.
La Unión Europea carece de relato político y social; hemos estado demasiado tiempo centrados en procedimientos y formalidades