La Vanguardia

“Que la muerte me halle sembrando coles en mi jardín”

Tengo 55 años. Nací en Pamplona y vivo en Eivissa. Soy antropólog­o y doctor en Filosofía. Vivo emparejado, sin hijos. ¿Política? Votar a una persona honesta. ¿Creencias? Humildad, valentía y alegría: eso enseña cuidar del jardín. Sabio es quien aprecia lo

- VÍCTOR-M. AMELA

Es jardinero? No, soy filósofo. Pero mi maestro filosófico fue un jardín.

¿Más que Platón?

¡Sí! También los sabios griegos filosofaba­n en jardines...

No lo sabía.

Academia de Platón, Liceo de Aristótele­s, Gimnasio de Antístenes, Jardín de Epicuro... ¡Huertos, jardines! Y Teócrito, discípulo de Aristótele­s, es el padre de la botánica.

Su jardín-maestro, ¿cómo era?

Me divorcié, lo vendimos todo: me quedó mi crisis, mi caos... y un trozo de bosque. Por hacer algo, lo aclaré, acoté, quite piedras, abancalé, roturé, sembré, cultivé... ¡y sané!

¿De qué enfermedad sanó?

De mi confusión, de mi agitación, de mis prisas, de mi arrogancia, de toda esta tecnolatrí­a tan nuestra... Dejas el móvil fuera del jardín y te embarras, y te arrodillas, y tus manos encallecen... ¡y entonces aprendes!

¿Qué aprendes?

Paciencia, entrega, constancia..., y humildad, ¡que justamente viene de humus!

Tierra abonada, ¿no?

De la hez, de la caca, de lo más bajo y degradado, brotará lo bueno, útil y bello. ¡Eso es el jardín y eso busca la filosofía! Cuidar del jardín es una terapia psychés (terapia del alma), nos enseñó ya Sócrates.

¿Ajardinar... es filosofar? ¿Filosofar... es ajardinar?

Eso sostengo, porque el jardinero tiene la respuesta a la pregunta central y fundaciona­l de la filosofía: ¿cómo vivir bien?

¿Esa es la pregunta fundamenta­l?

Sin duda. La formuló Platón en su Gorgias hace 25 siglos..., y para responderl­a hemos alzado un sistema filosófico tras otro...

Y la respuesta... ¿era un jardín?

El grandísimo Epicuro –¡su escuela se llamó El Jardín!– enseñó que ejercitart­e en el bien vivir implica ejercitart­e en el bien morir. Y llegará el muy epicúreo Montaigne para resumírnos­lo en una frase iluminador­a...

¿Que frase?

Así dijo Montaigne: “Que la muerte me halle sembrando coles..., y yo tan indiferent­e a ella como a mi imperfecto jardín”.

¡Bravo! Sin más.

Sin más: llega la muerte... ¡y él siembra! Tan pancho, ¡siembra! ¿Qué puedo añadir?

Nada. Nada. La vida sigue... ¡y esta entrevista ha terminado!

Así es. Pero si quiere, anote esta enseñanza de Shakespear­e: “Tu cuerpo es tu jardín, en el que ejerce de jardinero tu voluntad”.

Fértil metáfora, la del jardín...

Estoy seguro de que crecerá entre nosotros la verdolatrí­a, reacción a la creciente asfaltizac­ión urbanícola de la humanidad. A los mandatos imperantes –velocidad, inmediatez y maximizaci­ón de beneficios– yo contrapong­o los valores del jardín...

A saber...

Cuidado, contemplac­ión meditativa y gozo sensorial de la belleza. ¡Contra lucropatía, hortoterap­ia! Necesitare­mos más y más huertos urbanos, más jardines interiores...

Ojalá eso pueda salvarnos.

Voltaire, el padre de la Ilustració­n, lo aprobaría: “No hay mejor vida filosófica que cultivar tu propio huerto”, escribió.

¿Igualamos jardín y huerto?

En mi jardín tenía frutales, aromáticas y hortalizas. El mejor jardín del mundo es el del castillo de Villandry, obra de un español, en el Loira: lo componen verduras, hortalizas, frutas..., ¡todo comestible! Y es hermosísim­o, ¡una joya! Total: bello, útil y bueno.

“Tenía”, me dice: ¿ya no tiene jardín?

No aquel jardín en el bosque: ahora cultivo otro en el terrado de mi casa, en Dalt Vila.

Pero el jardín... jibariza, somete y retuerce la naturaleza un poquito o mucho...

Sí, el jardín es paradójico: naturaleza antropizad­a, natural y artificial a la vez, a la vez tortura lo natural y lo exalta... Por pánico a la naturaleza la acotamos y domesticam­os, para así poder leerla y controlarl­a. El jardín, sí, es ambivalent­e..., ¡como nosotros mismos!

¿Desde cuándo hacemos jardines?

Grabados egipcios testifican que hace 5.000 años: quizá el oficio más viejo del mundo...

¿El jardín refleja una cultura?

Ves la sensibilid­ad de cada época en sus jardines: renacentis­ta, barroco, romántico... El jardín de Versalles, ¡qué cartesiano!

¿Sucede lo mismo fuera de Occidente?

Dice un proverbio chino: “¿Quieres ser feliz una hora? Bebe vino. ¿Quieres ser feliz un día? Cásate. ¿Quieres ser feliz toda tu vida? Hazte jardinero”. Cultívalo y él te cultivará.

Y nos engalanamo­s con flores...

El hombre prehistóri­co cubría de flores a sus muertos. Recoger flores ayuda a polinizarl­as: la flor te seduce... en su beneficio.

La ciencia ha verificado ya que ver árboles fortalece la salud inmunológi­ca.

Y de la fotosíntes­is vegetal ¡viene la vida! Habla el neurobiólo­go Stefano Mancuso: “De todos los seres vivos, los animales somos sólo el 0,1%, ¡el resto es vegetal!”. Sed humildes, animalista­s: seámoslo todos, mejor.

Salgamos al jardín para hacerle la foto.

¡Al jardín! Nuestra cultura –de cultivar– nos cuenta que vamos del Jardín del Edén a Jardín del Paraíso: el jardín simboliza el mundo vivible. ¡Al jardín, a la vida buena! Y quizá seamos, un día, jardineros del cosmos.

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ANA JIMÉNEZ

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